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.—Yo también, señora Bancroft.Pero no existe razón alguna para que la compartan conmigo.Yo no tengo ningún poder aquí y la teniente Ortega no me ayudará.—Sin embargo cuando usted llegó, me dio la impresión de que se entendía muy bien con ella —dijo con un leve toque de malicia en la voz.La miré fijamente a los ojos hasta que bajó la mirada—.De todas formas, estoy segura de que Laurens podrá conseguirle todo lo que necesite.Estaba a punto de estrellarme contra un muro.A toda velocidad.Di marcha atrás.—Quizá sea mejor que hable con él sobre esto.—Miré a mi alrededor—.¿Desde cuándo colecciona mapas?La señora Bancroft debió de presentir que la entrevista tocaba a su fin, porque la tensión escapaba de ella como el aceite de un motor roto.—Desde casi toda mi vida —dijo—.Mientras Laurens contemplaba las estrellas, algunos seguíamos con los pies en el suelo.Por alguna razón, pensé en el telescopio abandonado en la terraza de Bancroft.Lo vi abandonado, silueta angular recortada contra el cielo nocturno, testigo mudo de tiempos y obsesiones pasadas, reliquia que ya nadie deseaba.Me acordé del sonido que había hecho y de cómo había recuperado su posición después de que yo me enganchara la manga en él, fiel a un programa que tenía quizá centenares de años, brevemente despierto, de la misma manera que la aguja cantora que Miriam Bancroft había acariciado en el vestíbulo.Viejo.De pronto, y con una presión sofocante, me aplastó como una losa el hedor que rezumaba de las piedras de Suntouch House.Tiempo.Me llegó incluso el perfume de la imposible juventud de aquella mujer que tenía delante de mí, y la garganta se me cerró con un leve click.Una parte de mí quería echarse a correr, salir y respirar aire fresco, nuevo, alejarme de aquellas criaturas cuyas memorias se remontaban mucho más atrás que cualquiera de los acontecimientos históricos que me habían enseñado en la escuela.—¿Se encuentra bien, señor Kovacs?La transferencia.Hice un esfuerzo para concentrarme.—Sí, me encuentro bien —dije carraspeando antes de mirarla a los ojos—.Bueno, no voy a entretenerla más, señora Bancroft.Le agradezco el tiempo que me ha concedido.Se acercó a mí.—¿Le gustaría que.?—No, gracias.Yo mismo encontraré la salida.El tiempo que tardé en salir de la sala de mapas me pareció que duraba una eternidad.Mis pasos retumbaban en mi cabeza.A cada paso y a cada mapa frente a los que pasé, sentía aquellos ojos antiguos en mi espalda, mirándome.Necesitaba un cigarrillo desesperadamente.Capítulo cincoEl cielo tenía la textura de la plata antigua y las luces de Bay City empezaban a encenderse cuando el chófer de Bancroft me llevó de vuelta a la ciudad.Superando el límite de velocidad, sobrevolamos el mar pasando sobre un viejo puente colgante oxidado y sobre los edificios apelotonados de una península.Curtís, el chófer, todavía estaba bajo el shock de su arresto.Hacía dos horas que estaba en libertad cuando Bancroft le había pedido que me llevara de vuelta.Durante el viaje se había mostrado huraño y poco comunicativo.Era un joven musculoso cuyos rasgos juveniles eran ciertamente atractivos.Los empleados de Laurens Bancroft no parecían estar acostumbrados a que los esclavos del gobierno interrumpieran sus misiones.Pero a mí su silencio no me molestaba.Mi humor no era muy distinto al de él.Las imágenes de la muerte de Sarah danzaban en mi mente.La escena era de la noche anterior.Subjetivamente.Frenamos en el aire sobre una calle de circulación rápida, de forma tan repentina que alguien desde arriba nos envió un bocinazo de advertencia al intercomunicador de la limusina.Curtís cortó la señal con la mano y, furioso, levantó la mirada hacia el cristal del techo.Nos posamos en medio del tráfico de superficie con una leve sacudida y giramos a la izquierda, hacia una calle más estrecha.Empecé a interesarme por el espectáculo de la calle.En todos los planetas la vida de la calle es la misma.En todos los mundos que he conocido he visto operar los mismos factores: la ostentación y el alarde, la compra y la venta, como una esencia destilada del comportamiento humano, que brota por debajo de la losa impuesta por los distintos sistemas políticos.Bay City, en la Tierra, el más antiguo de los mundos civilizados, no era la excepción.De las holofachadas macizas e inmateriales de los antiguos edificios a los vendedores de la calle con sus unidades de transmisión colocadas sobre sus hombros como torpes halcones mecánicos o como tumores gigantes, todo el mundo tenía algo para vender.Los coches estacionaban junto a la acera, o partían, y los cuerpos flexibles se apoyaban en ellos al regatear, como probablemente se había hecho siempre desde que existían coches.El humo y el vapor se desprendían de los tenderetes ambulantes formando espirales.La limusina estaba insonorizada, pero a través de la ventanilla se oían los ruidos, los eslóganes y la música modulada de los subsónicos invitando al consumo.En las Brigadas de Choque se aplica un patrón inverso.Primero se ven las semejanzas, la resonancia subyacente que le permite a uno orientarse, después se establecen diferencias a partir de los detalles.La composición étnica de Harian es principalmente de origen eslavo y japonés, aunque es posible conseguir algún otro tipo de raza pagando más.En la Tierra todas las caras tenían rasgos y colores distintos.Vi africanos altos y huesudos, mongoles, nórdicos de piel pálida.Vi incluso a una chica parecida a Virginia Vidaura, pero la perdí de vista entre el gentío.Todos parecían nativos a la orilla de un río.Torpeza.La impresión me atravesó la mente como la chica en la multitud.Fruncí el ceño y pensé en ello.En Harian la vida de la calle tiene cierta elegancia, una economía de movimientos y gestos que parecen casi una coreografía.He crecido con eso, por ello dejo de registrarlo hasta el momento en que ya no está ahí.A la Tierra le falta.El ajetreo del comercio humano visto a través del cristal de la limusina se parecía al movimiento del agua entre dos barcos.La gente se empujaba y se abría camino, virando bruscamente para evitar los atascos que aparentemente no notaban hasta que era demasiado tarde para maniobrar.Se producían momentos de tensión, las venas del cuello se hinchaban, los cuerpos musculosos se crispaban.En dos oportunidades vi armarse una bronca, que luego fue barrida por la marabunta.Era como si toda la zona hubiese sido rociada con algún irritante feromonal.—Curtis —dije mirando su perfil impasible—.¿Puede cortar un momento el blindaje de transmisión?Me miró de reojo con una sonrisita.—Por supuesto.Me arrellané en el asiento y volví a mirar la calle.—No soy un turista, Curtis.Es mi oficio.Los catálogos de los vendedores de la calle desfilaron como un torbellino de alucinaciones inducidas confundiéndose unos con otros a medida que avanzábamos.Eran realmente impactantes, en especial para los parámetros de Harian.Las imágenes de los proxenetas eran las que más destacaban: una sucesión de actos orales y anales digitalmente retocados para dar más lustre a senos y músculos [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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