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.Algunos de los fagos retromutantes eran exactamente iguales que antes, pero otros no: había una ligera diferencia en su efecto sobre las bacterias, actuando un poco más rápida o un poco más lentamente de lo normal.Con otras palabras, había «mutaciones retrógradas», pero éstas no siempre eran perfectas; a veces el fago solamente recuperaba una parte de la capacidad que había perdido.Bob Edgar sugirió que realizase un experimento, que tratase de determinar si las retromutaciones se producían siempre en el mismo punto de la hélice de ADN.Con gran cuidado y muchísimo y tedioso trabajo, logré hallar tres ejemplos de retromutaciones que habían ocurrido muy juntas — más de lo que hasta entonces habían podido observar — y que restituían en parte al bacteriofago su capacidad de funcionamiento.Era un trabajo lento, y con mucho de aleatorio, pues había que esperar a tener una doble mutación, lo cual era muy raro.No hacía más que tratar de idear métodos para hacer más frecuentes las mutaciones de los fagos, y para detectar las mutaciones más rápidamente; pero antes de que pudiera lograr una técnica apropiada se acabó el verano, y no me sentí con ánimos de continuar en el problema.Sin embargo, faltaba muy poco para mi año sabático, por lo que decidí seguir trabajando en el mismo laboratorio de biología, aunque en un tema diferente.Trabajé algún tiempo con Matt Messelson, y después, con un inglés muy agradable, llamado J.D.Smith.El problema se refería a los ribosomas, que son la «maquinaria» celular encargada de la construcción de proteínas a partir de lo que hoy llamamos ARN mensajero.Valiéndonos de sustancias radiactivas, Smith y yo demostramos que el ARN podía salir de los ribosomas, y podía ser vuelto a introducir.Realicé un trabajo muy cuidadoso, esforzándome por medirlo todo, y mantener todo bajo control; sin embargo, tardé ocho meses en darme cuenta de que uno de los pasos del proceso era una chapuza.En aquellos días, al preparar las bacterias para extraer los ribosomas, lo que se hacía era triturarlos en un mortero, con alúmina.Todo lo demás era químico, y podía mantenerse bajo control; en cambio, durante la trituración de las bacterias era imposible repetir exactamente el movimiento de la mano del mortero.De aquel experimento no resultó nada.Me imagino, entonces, que tendré que contar lo que ocurrió cuando traté de descubrir, junto con Hildegarde Lamfrom, si los guisantes podrían utilizar los mismos ribosomas que las bacterias.La cuestión consistía en saber si los ribosomas de las bacterias pueden manufacturar las proteínas de los humanos u otros organismos.Hildegarde acababa de poner a punto una técnica para extraer los ribosomas de los guisantes y hacerles producir las proteínas del guisante, suministrándoles ARN mensajero.Nos dábamos cuenta de que la cuestión de si los ribosomas de las bacterias al recibir ARN mensajero del guisante producirían las proteínas de las bacterias o las del guisante, era de una importancia crucial.El experimento iba a ser muy importante y fundamental.Hildegarde dijo: «Voy a necesitar un montón de ribosomas de bacterias.»Messelson y yo habíamos extraído enormes cantidades de ribosomas de E.coli para un cierto experimento.Le dije entonces: «Infiernos, voy a darte todos los ribosomas que tenemos.Hay muchos en mi refrigerador, en el laboratorio.»Si yo hubiera sido un buen biólogo, hubiéramos hecho un descubrimiento fantástico, y de importancia vital.Pero yo no era buen biólogo.Teníamos una buena idea, un buen experimento, y el equipamiento adecuado, y yo lo eché todo a perder: le di ribosomas infectados, el más burdo de los errores que se pueden cometer en un experimento como ése.Mis ribosomas llevaban en el refrigerador casi un mes, y se habían contaminado con otros seres vivos.Si hubiera tenido yo la precaución de preparar otra vez ribosomas frescos, y entregárselos en condiciones serias y cuidadosamente controladas, el experimento habría funcionado y habríamos sido los primeros en demostrar la uniformidad de la vida, a saber, que la maquinaria de construcción de proteínas, compuesta por los ribosomas es la misma en todos los seres vivos.Nos encontrábamos en el lugar apropiado, estábamos haciendo lo adecuado, pero yo estaba haciendo las cosas como un aficionado, estúpida y chapuceramente.¿Saben lo que me recuerda? Al marido de Nadame Bovary, la novela de Flaubert; un oscuro médico rural que tenía una idea de cómo curar los pies deformes y todo lo que hacía era lisiar a la gente.A mí me pasaba lo mismo que a aquel inepto cirujano.El otro trabajo sobre fagos no llegué nunca a escribirlo.Edgar no hacía más que insistir para que lo redactase, pero nunca me puse a ello.Eso es lo malo de no trabajar en la especialidad propia, que no se la toma uno en serio.Sí escribí unas notas, más bien informales, sobre la cuestión.Se las envié a Edgar, quien casi se parte de risa al leerlas.No estaban concebidas a la manera habitual de los biólogos: primero, procedimientos, etc.Dediqué mucho tiempo a explicar cosas que todo biólogo sabe.Edgar preparó una versión abreviada, pero yo no la comprendía.No creo que llegasen a publicarla.Por mi parte, yo no la publiqué directamente.Watson opinaba que los trabajos que yo había realizado con los fagos podrían tener algún interés, y me invitó a ir a Harvard.Di allí una charla en el departamento de biología, acerca de las mutaciones dobles que acontecían tan próximas [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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