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.Kornhoer cavilaba apartado de los demás.Satisfecho, después de unos minutos de lectura, dom Paulo le tendió abruptamente las notas a su prior.—¡Lege! —le ordenó bruscamente.—Pero.¿qué?—Parece un fragmento de una obra o de un diálogo.Lo he visto antes.Es algo acerca de unos hombres que crean a unos seres artificiales como esclavos.Y los esclavos se levantan contra sus creadores.Si thon Taddeo hubiese leído De Inanibus, del venerable Boedellus, habría encontrado esta nota clasificada como «probable fábula o alegoría».Pero quizás el thon prestaría poca atención a las valoraciones del venerable Boedellus, cuando puede hacer las suyas.—Pero qué clase.—¡Lege!Gault se hizo a un lado con las notas.Paulo se volvió de nuevo hacia el intelectual y habló educadamente, informativamente, enfáticamente:—«A la imagen de Dios los creó: macho y hembra los creó.»—Mis palabras son simples conjeturas —dijo thon Taddeo—.La libertad de especular es necesaria para.—«Y Dios tomó al hombre y lo puso en el paraíso de placer para cuidarlo y conservarlo.Y.—.el avance de la ciencia.Si quisiese tenernos enredados por adherencia ciega y dogma no razonado, entonces preferiría usted.—»Dios lo ordenó diciendo: «Comerás de cada árbol del paraíso, pero del árbol del bien y del mal no.»—.dejar el mundo en la misma oscura ignorancia y superstición contra la cual dice que su orden.—.comerás.Porque en el día sea cual fuese que lo comas, morirás».—.ha luchado.Ni podríamos nunca vencer el hambre, la enfermedad o la «monstruosidad de nacimiento» o hacer el mundo un poco mejor de lo que ha sido durante.—.Y la serpiente le dijo a la mujer: «Dios sabe que en el día sea cual fuere que comáis de ello, vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal».—.doce siglos, si cada dirección de especulación debe ser cerrada y cada pensamiento nuevo denunciado.—Nunca fue mejor, nunca será mejor.Será sólo más rico o más pobre, más triste, pero no más sensato, hasta el último día.El estudioso se encogió de hombros, impotente.—¿Ve usted? Sabía que se ofendería, pero me dijo.¿Pero de qué sirve? Tiene su historia de ello.—La historia que yo estaba señalando, señor filósofo, no lo era de un modo de creación, sino la narración del modo cómo la tentación condujo a la caída.¿No lo comprendió así? «Y la serpiente le dijo a la mujer.»—Sí, sí, pero la libertad de especulación es esencial.—Nadie ha tratado de privarle de ella ni nadie se ha ofendido.Pero engañar el intelecto por razones de orgullo, vanidad o eludir la responsabilidad, es fruto del mismo árbol.—¿Duda usted de la honorabilidad de mis motivos? —preguntó el thon, sobriamente.—A veces llego a dudar de la mía.No le acuso de nada.Pero pregúntese esto: ¿Por qué goza tanto saltando a esas conjeturas tan impetuosas desde un trampolín tan frágil? ¿Por qué quiere desacreditar al pasado, llegando hasta a deshumanizar a la última civilización? ¿Para que usted no necesite aprender de sus errores? ¿O se debe a que no se resigna a ser sólo un redescubridor y necesita también sentirse «creador»?El thon murmuró un juramento.—Estos documentos deberían estar en manos de gente competente —dijo, furioso—.¡Vaya una ironía!La luz chisporroteó y se apagó.El fallo no era mecánico.Los novicios de la noria habían dejado de trabajar.—Traigan velas —dijo el abad.Aparecieron las velas.—Baje —le dijo el abad al novicio que estaba en lo alto de la escalera—, y descuelgue esto.¿Hermano Kornhoer? ¿Hermano Korn.?—Hace un momento ha entrado en el almacén, dómine.—Pues llámelo.Don Paulo se volvió de nuevo hacia el intelectual, tendiéndole el documento que había sido encontrado entre los efectos del hermano Claret.—Lea esto, señor filósofo, aunque sea a la luz de las velas.—¿Un edicto gubernamental?—Léalo y alégrese de su apreciada libertad.El hermano Kornhoer volvió de nuevo a la sala.Llevaba el pesado crucifijo que había sido quitado del arco para dejar sitio a la nueva lámpara.Le tendió la cruz a dom Paulo.—¿Cómo sabía que la quería?—Decidí que ya era hora, dómine —dijo, encogiéndose de hombros.El anciano subió a la escalera y colocó el crucifijo en su gancho de hierro.El cuerpo brilló dorado a la luz de las velas.El abad se volvió y llamó a sus monjes [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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