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.Mientras el coronel Krenin salía de la cámara de descompresión, dirigía un breve mirada a la impresionante mole y luego apoyaba el pie en el primer peldaño de la escalerilla de nylon; su sensación de temor pareció hincharse como una gran burbuja interior.Luego, repentinamente, el momento histórico había transcurrido antes de que Krenin se diera cuenta.Había puesto ya los pies sobre las arenas de Marte.Detrás de él bajaron el comandante Thrace y los demás.Ninguno de ellos dijo nada durante casi tres minutos.Se limitaron a permanecer de pie, mirando, en silencio.Súbitamente, el honor de pronunciar las primeras palabras terrestres sobre el planeta recayó en el profesor Thompson.Contempló la pirámide, suspiró profundamente y en Lingua Franca moderna, dijo:—En este preciso instante, más que cualquier otra cosa necesito un cigarrillo.—¿Por qué no? —observó suavemente el doctor Chee—.El contenido de oxígeno del aire es suficientemente elevado.Pero no creo que su cigarrillo tenga el mismo sabor.—Acepte un Gaulloise —dijo el profesor Frontenac.—Acepte un Stuyvesant —dijo el comandante Thrace.El inglés enarcó ligeramente las cejas, rebuscó afanosamente en sus propios bolsillos y, por último, aceptó un cigarrillo francés.—Tenía usted razón —observó al cabo de unos instantes—.Tiene un sabor completamente distinto.—Caballeros —dijo el coronel Krenin—, el momento requiere un parlamento para ser transmitido a la Tierra, y dado que mi Lingua Franca es menos correcta de lo que debería ser.Sacó un diminuto aparato de grabación de su mochila y miró esperanzado a sus compañeros.El profesor Frontenac sonrió.—Las pirámides son probablemente los restos de una civilización que ya era antigua cuando el hombre terrestre era todavía un ser de las cavernas y de los bosques.Entre nosotros, el doctor Chee representa a una de las más antiguas civilizaciones terrestres.Creo que es el más indicado.El doctor Chee se inclinó, y luego pronunció un breve discurso dirigido al aparato de grabación de Krenin, a los millones de terrestres que esperaban, y, tal vez, a la posteridad solar.Habló de lo maravilloso del viaje, de lo maravilloso del descubrimiento y de lo solemne del aterrizaje.Pero ni siquiera el ceremonioso lenguaje del doctor Chee pudo evitar el contagio de la excitación infantil que había hecho presa en los miembros de la expedición.Mientras el doctor Chee estaba hablando, el comandante Thrace trepó por la escalerilla de nylon e hizo girar la pequeña grúa eléctrica encima de la portezuela inferior de la nave.Luego él y el profesor Frontenac se dedicaron a descargar a piezas el vehículo monorrueda de seis plazas que se habían llevado.Al cabo de media hora, el vehículo estaba completamente montado, con su giroestabilizador ronroneando suavemente.El profesor Thompson hizo pantalla con la mano sobre sus ojos y contempló la pirámide, maciza y sombría bajo el brillante sol de Marte.—Tal vez debiéramos comer algo antes de aventuramos en cualquier exploración —sugirió.—¿Tiene usted hambre? —inquirió el doctor Chee.—No, pero pensé.—Bajaré algunas raciones de emergencia —gritó el coronel Krenin desde la cámara de descompresión—.En caso necesario podemos comer en la pirámide.El comandante Thrace estaba observando con atención lo que parecía ser una gran piedra redonda, de unos cincuenta centímetros de altura, que se encontraba a pocos metros de la base de la nave.—¿Alguien de ustedes se ha fijado en esto antes? —preguntó.Nadie pudo recordar haberlo visto.—Mírenlo —dijo el comandante—.Mírenlo de cerca.La piedra estaba moviéndose muy lentamente sobre la rojiza arena.La vieron avanzar a través de lo que parecía ser una pequeña capa de musgo, pero cuando hubo pasado, la planta ya no estaba allí.Frontenac se inclinó sobre la roca y la tocó.Luego la golpeó con los dedos.En su rostro había una expresión de indescriptible asombro.—Vamos a darle media vuelta —sugirió Thrace.Así lo hicieron.La superficie inferior era blanda.Aquello parecía una mezcla de esponja y caracol [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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