[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Iba bien de tiempo: solo le quedaba una autopsia por hacer y aún no era mediodía.Laurie comprobó la dirección que había anotado en un trozo de papel y luego miró el imponente edificio de apartamentos de la Quinta Avenida.Estaba lindante con Central Park.A la entrada había una marquesina de lona festoneada azul que llegaba hasta la acera.Un portero de librea permanecía expectante detrás mismo de la puerta vidriada de hierro forjado.Cuando Laurie se aproximaba a la puerta, el portero se apartó para abrir y le preguntó educadamente a Laurie en qué podía servirla.—Quisiera hablar con el superintendente —dijo Laurie, desabrochándose el abrigo.Mientras el portero se peleaba con un sistema de interfono bastante anticuado, Laurie tomó asiento en un sofá de piel y echó un vistazo al vestíbulo.Estaba decorado con gusto en tonos moderados y apagados.Sobre un aparador había un ramo de flores otoñales.No le resultó difícil a Laurie imaginarse a Duncan Andrews entrando confiado en el vestíbulo de su casa, recogiendo la correspondencia y esperando el ascensor.Laurie miró hacia la hilera de buzones discretamente protegidos por un biombo chino de madera.Se preguntaba cuál sería el de Duncan y si habría cartas esperando su llegada.—¿Puedo ayudarla?Laurie se puso en pie y miró sin reparos a un hispano bigotudo.En la camisa, cosido por encima del bolsillo del pecho, llevaba el nombre de "Juan".—Soy la doctora Montgomery —dijo Laurie—.Del centro forense.Laurie abrió de golpe su cartera de piel para que se viera la flamante chapa de inspector médico.Parecía una placa de policía.—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Juan.—Me gustaría visitar el apartamento de Duncan Andrews —dijo Laurie—.Estoy a cargo de la inspección post mórtem y quisiera ver dónde tuvo lugar el óbito.Laurie empleó a propósito un lenguaje oficial.A decir verdad, se sentía incómoda haciendo aquello.Aunque en ciertas jurisdicciones era obligada la visita de inspectores médicos al escenario de la muerte, en Nueva York no sucedía así.Esta clase de tarea había ido quedando relegada a los investigadores de medicina legal.Pero Laurie contaba con un largo aprendizaje de cuando estuvo en Miami.En Nueva York, había prescindido de la información adicional que estas visitas proporcionaban.Pero no era esa la razón de su visita al apartamento de Duncan.No esperaba encontrar nada nuevo.Se sentía impulsada a ello por motivos personales.La imagen de un apuesto y privilegiado joven poniendo fin a su vida a cambio del efímero placer causado por las drogas le hizo pensar en su hermano.Esta muerte había removido unos sentimientos de culpa que ella había reprimido durante diecisiete años.—La novia del señor Andrews está arriba —dijo Juan—.Al menos, la he visto subir hará una media hora.—Dirigiendo su atención al portero, preguntó si la señora Wetherbee se había ido.El portero dijo que no.Juan añadió, volviéndose a Laurie—: Es el apartamento siete C.La acompañaré.Laurie dudó.No esperaba tener compañía en el apartamento.En realidad, no quería hablar con nadie de la familia, y mucho menos con la novia de Andrews.Pero Juan estaba ya en el ascensor con la puerta abierta, esperándola.Laurie comprendió que no podía irse después de haberse presentado en calidad oficial.Juan aporreó la puerta del 7C.Como no abría nadie enseguida, sacó un manojo de llaves del tamaño de una pelota de béisbol y empezó a rebuscar en él.La puerta se abrió justo en el momento en que iba a meter la llave en la cerradura.Apareció en el umbral una mujer de estatura similar a Laurie, pelo rubio y rizado, vistiendo una camisa de deporte sobre unos tejanos lavados a la piedra.Sus mejillas brillaban con lágrimas recientes.Juan presentó a Laurie como alguien del hospital y luego se excusó antes de irse.—No recuerdo haberla visto en el hospital —dijo Sara,—No trabajo en el hospital —aclaró Laurie—.Soy del centro forense.—¿Va a hacer una autopsia del cuerpo de Duncan? —preguntó Sara.—Ya la he hecho —dijo Laurie—.Solo quería ver el lugar donde murió.—Por supuesto —dijo Sara, dejando libre el paso—.Adelante.Laurie entró en el apartamento.Se sentía extraordinariamente incómoda sabiendo que se entrometía en la vida de la pobre chica.Esperó a que Sara cerrase la puerta.Era un apartamento espacioso.Incluso desde el vestíbulo podía verse la extensión no arbolada de Central Park.Inconscientemente movió la cabeza ante la insensatez de que Duncan Andrews tomara drogas.Al menos en teoría, su vida parecía perfecta.—Duncan se desplomó aquí mismo, en la puerta —dijo Sara.Señaló el suelo, junto a la entrada.Nuevas lágrimas se derramaron por sus mejillas—.Él abrió la puerta un momento antes de que yo llamara.Estaba como loco.Iba a salir prácticamente desnudo.—Lo lamento muchísimo —dijo Laurie—.Las drogas pueden causar estas cosas.La cocaína puede hacerles creer que están ardiendo.—Yo ni sabía que él tomaba droga —sollozó Sara—.Quizá si yo hubiese venido más rápido después de que me llamara, no habría pasado nada.Quizá si me hubiese quedado el sábado por la noche.—Las drogas son como una maldición —dijo Laurie—.Nadie sabrá por qué las usaba Duncan.Pero fue él quien tomó esa decisión.No debe culparse.—Laurie hizo una pausa—.Sé cómo se siente —dijo por último—.Yo encontré a mi hermano después de que tomara una sobredosis.—¿En serio? —dijo Sara entre lágrimas.Laurie asintió con la cabeza.Por segunda vez en un día había confesado un secreto que no había compartido con nadie en diecisiete años.Este trabajo la estaba afectando, desde luego, pero en un sentido que nunca había imaginado.El caso de Duncan Andrews la había conmovido como no lo había hecho ningún otro.418.51, martes, Manhattan—¡Coño! —exclamó Tony—.Otra vez esperando.Cada noche lo mismo.Yo pensaba que después de coger a ese cabrón de DePasquale las cosas empezarían a moverse.Pero qué va, aquí estamos espera que te espera como si no hubiera pasado nada.Angelo se inclinó hacia delante e hizo caer la ceniza de su cigarrillo en el cenicero para luego apoyarse en el respaldo.Esa misma tarde se había prometido a sí mismo ignorar a Tony.Angelo contempló el ajetreo de la calle.La gente salía de casa camino del trabajo, sacaba el perro a pasear o volvía de la tienda de comestibles.Él y Tony habían aparcado en Park Avenue, en una zona de carga y descarga entre la Calle 81 y la Calle 82.A ambos lados de la calle se agolpaban altísimos edificios de apartamentos cuya primera planta estaba ocupada por despachos de profesionales.—Voy a salir a hacer un poco de gimnasia —dijo Tony.—¡Que te calles, joder! —gritó Angelo pese a su juramento de no hacer caso a su compañero—.Ya hablamos de esto anoche.Tú no sales a hacer ejercicios cuando estamos esperando entrar en acción.Pero ¿qué te pasa? ¿Vas a poner un rótulo de neón para que la poli sepa que estamos aquí? Se supone que no debemos llamar la atención.¿Es que no lo entiendes?—Muy bien —dijo Tony—.No te cabrees.¡Aquí me quedo!Completamente frustrado, Angelo sopló entre sus labios fruncidos y se puso a marcar un nervioso ritmo sobre el volante con dos dedos de su mano derecha.Tony estaba agotando incluso la ensayada paciencia de Angelo.—Si queremos colarnos en el despacho del doctor, ¿por qué no entramos y ya está? —dijo Tony tras una pausa—.No tiene sentido esperar tanto rato.—Estamos esperando a la secretaria —dijo Angelo—.Hay que asegurarse de que no hay nadie.Es más, ella nos hará pasar [ Pobierz całość w formacie PDF ]
Powered by wordpress | Theme: simpletex | © Nie istnieje coś takiego jak doskonałość. Świat nie jest doskonały. I właśnie dlatego jest piękny.