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.25—Parece que ni es tal ingeniero ni cosa que lo valga—añadióun propietario de olivos, que tenía empeñadas susfincas por el doble de lo que valían.—Pero ya se ve.Estos hambrientos de Madrid se creen autorizados paraengañar a los pobres provincianos, y como creen que aquí 30andamos con taparrabos, amigo.—Bien se conoce que tiene hambre.—Pues entre bromas y veras nos dijo anoche que éramosunos bárbaros holgazanes.—Que vivíamos como los beduinos, tomando el sol.—Que vivíamos con la imaginación.—Eso es: que vivíamos con la imaginación.—Y que esta ciudad era lo mismito que las de Marruecos.—Hombre, no hay paciencia para oír eso.¿Dónde 5habrá visto él (como no sea en París) una calle semejantea la del Condestable, que presenta un frente de siete casasalineadas, todas magníficas, desde la de doña Perfecta a lade Nicolasito Hernández?.Se figuran estos canallasque uno no ha visto nada, ni ha estado en París.10—También dijo con mucha delicadeza que Orbajosa eraun pueblo de mendigos, y dió a entender que aquí vivimosen la mayor miseria sin darnos cuenta de ello.—¡Válgame Dios! si me lo llega a decir a mí, hay unescándalo en el Casino—exclamó el recaudador de contribuciones.—¿Por 15qué no le dijeron la cantidad de arrobasde aceite que produjo Orbajosa el año pasado? ¿No sabeese estúpido que en años buenos Orbajosa da pan para todaEspaña y aun para toda Europa? Verdad es que ya llevamosno sé cuántos años de mala cosecha; pero eso no es 20ley.Pues ¿y la cosecha del ajo? ¿A que no sabe eseseñor que los ajos de Orbajosa dejaron bizcos a los señoresdel Jurado en la Exposición de Londres?Estos y otros diálogos se oían en las salas del Casino poraquellos días.A pesar de estas hablillas tan comunes en 25los pueblos pequeños, que por lo mismo que son enanossuelen ser soberbios, Rey no dejó de encontrar amigos sincerosen la docta corporación, pues ni todos eran maldicientesni faltaban allí personas de buen sentido.Perotenía nuestro joven la desgracia, si desgracia puede llamarse, 30de manifestar sus impresiones con inusitada franqueza, yesto le atrajo algunas antipatías.Iban pasando días.Además del disgusto natural que lascostumbres de la sociedad episcopal le producían, diversascausas todas desagradables empezaban a desarrollar en suánimo honda tristeza, siendo de notar principalmente, entreaquellas causas, la turba de pleiteantes que cual enjambrevoraz se arrojó sobre él.No era sólo el tío Licurgo, sinootros muchos colindantes los que le reclamaban daños y 5perjuicios, o bien le pedían cuentas de tierras administradaspor su abuelo.También le presentaron una demanda porno sé qué contrato de aparcería que celebró su madre y nofué al parecer cumplido, y asimismo le exigieron el reconocimientode una hipoteca sobre las tierras de Alamillos, 10hecha en extraño documento por su tío.Era un hormiguero,una inmunda gusanera de pleitos.Había hechopropósito de renunciar a la propiedad de sus fincas; peroentre tanto su dignidad le obligaba a no ceder ante lasmarrullerías de los sagaces palurdos; y como el Ayuntamiento 15le reclamó también por supuesta confusión de sufinca con un inmediato monte de Propios, vióse el desgraciadojoven en el caso de tener que disipar las dudas queacerca de su derecho surgían a cada paso.Su honra estabacomprometida, y no había otro remedio que pleitear o morir.20Habíale prometido doña Perfecta en su magnanimidadayudarle a salir de tan torpes líos por medio de un arregloamistoso; pero pasaban días y los buenos oficios de laejemplar señora no daban resultado alguno.Crecían lospleitos con la amenazadora presteza de una enfermedad 25fulminante.Pepe Rey pasaba largas horas del día en elJuzgado dando declaraciones, contestando a preguntas y arepreguntas, y cuando se retiraba a su casa, fatigado ycolérico, veía aparecer la afilada y grotesca carátula delescribano, que le traía regular porción de papel sellado 30lleno de horribles fórmulas.para que fuese estudiandola cuestión.Se comprende que aquél no era hombre a propósito parasufrir tales reveses, pudiendo evitarlos con la ausencia.Representábase en su imaginación a la noble ciudad de sumadre como una horrible bestia que en él clavaba susferoces uñas y le bebía la sangre.Para librarse de ellabastábale, según su creencia, la fuga; pero un interésprofundo, como interés del corazón, le detenía, atándole a 5la peña de su martirio con lazos muy fuertes.Sin embargo,llegó a sentirse tan fuera de su centro, llegó a verse tanextranjero, digámoslo así, en aquella tenebrosa ciudad depleitos, de antiguallas, de envidia y de maledicencia, quehizo propósito de abandonarla sin dilación, insistiendo al 10mismo tiempo en el proyecto que a ella le condujera.Unamañana, encontrando ocasión a propósito, formuló su planante doña Perfecta.—Sobrino mío—repuso la señora con su acostumbradadulzura:—no seas arrebatado.Vaya, que pareces de 15fuego.Lo mismo era tu padre ¡qué hombre! Eres unacentella.Ya te he dicho que con muchísimo gusto tellamaré hijo mío.Aunque no tuvieras las buenas cualidadesy el talento que te distinguen (salvo los defectillos, que tambiénlos hay); aunque no fueras un excelente joven, basta 20que esta unión haya sido propuesta por tu padre, a quientanto debemos mi hija y yo, para que la acepte.Rosariono se opondrá tampoco, queriéndolo yo.¿Qué falta, pues?Nada; no falta nada más que un poco tiempo.No sepuede hacer el casamiento con la precipitación que tú deseas, 25y que daría lugar a interpretaciones quizás desfavorables ala honra de mi querida hija.Vaya, que tú como nopiensas más que en máquinas, todo lo quieres hacer alvapor.Espera, hombre, espera.¿qué prisa tienes?Ese aborrecimiento que le has cogido a nuestra pobre Orbajosa 30es un capricho.Ya se ve: no puedes vivir sino entrecondes y marqueses y oradores y diplomáticos.¡Quierescasarte y separarme de mi hija para siempre!—añadióenjugándose una lágrima.—Ya que así es, inconsideradojoven, ten al menos la caridad de retardar algún tiempo esaboda que tanto deseas.¡Qué impaciencia! ¡Quéamor tan fuerte! No creí que una pobre lugareña como mihija inspirase pasiones tan volcánicas.No convencieron a Pepe Rey los razonamientos de su tía; 5pero no quiso contrariarla.Resolvió, pues, esperar cuantole fuese posible.Una nueva causa de disgustos unióse bienpronto a los que ya amargaban su existencia.Hacía dossemanas que estaba en Orbajosa, y durante este tiempo nohabía recibido ninguna carta de su padre.No podía achacarse 10esto a descuidos de la Administración de Correos deOrbajosa, porque siendo el funcionario encargado de aquelservicio amigo y protegido de doña Perfecta, ésta le recomendabadiariamente el mayor cuidado para que las cartas dirigidasa su sobrino no se extraviasen [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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