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.—La casa no está tan mal —comentó.«Sí que lo está —pensó Maura—.Es una casucha espantosa.»—En esta época del año apenas queda nada por alquilar.Casi todo está ocupado ya: hoteles, moteles.Ni siquiera hay habitaciones libres en la pensión.Maura mantuvo fija la mirada en los árboles.Cualquier cosa con tal de evitar que aquella detestable mujer encontrara un nuevo tema de conversación.—Bien, era sólo una idea.Supongo que ya ha encontrado un sitio donde quedarse esta noche.«De modo que era ahí a donde intentaba llegar.»Maura se volvió hacia ella.—La verdad es que no tengo ningún sitio donde pasar la noche.El hotel Bayview estaba completo.La mujer le respondió con una tensa sonrisa.—Y lo mismo ocurre con todos los demás.—Me han dicho que hay algunas habitaciones libres en Ellsworth.—¿De veras? Si quiere usted conducir hasta allí.En la oscuridad le llevará más tiempo del que imagina.La carretera está llena de curvas durante todo el trayecto.—La señorita Clausen señaló la cama—.Si le interesa, podría ponerle sábanas limpias y cobrarle lo mismo que el motel.Maura miró la cama y sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.«Mi hermana ha dormido aquí.»—Bueno, ¿lo toma o lo deja?—No sé.La señorita Clausen soltó un gruñido.—A mí me parece que no le quedan muchas alternativas.Maura se quedó en el porche, observando cómo desaparecían las luces traseras del vehículo de Britta Clausen tras la oscura cortina de árboles.Siguió allí un momento, en medio de la creciente oscuridad, escuchando el canto de los grillos y el murmullo de las hojas.Oyó un chasquido a sus espaldas y, al volverse, vio que el columpio del porche se balanceaba, como mecido por alguna mano fantasmal.Sintió un estremecimiento y se metió en la casa.Se disponía a cerrar la puerta con llave cuando de pronto se quedó paralizada y, una vez más, experimentó aquel escalofrío glacial en la nuca.En la puerta había cuatro sistemas de cierre.Vio dos cadenas de seguridad, un pestillo y un cerrojo.Las placas de latón todavía brillaban y los tornillos estaban impolutos.Cierres nuevos.Deslizó el pestillo, ajustó el cerrojo e introdujo las cadenas en la ranura.Notó el frío helado del metal en los dedos.Se dirigió a la cocina y encendió las luces.Contempló el gastado linóleo del suelo y una pequeña mesa de comedor con la fórmica mellada.En un rincón, la nevera empezó a vibrar.Pero fue la puerta trasera lo que centró su atención: tenía tres cierres, con las placas de latón relucientes.Sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza a medida que comprobaba los cierres.Luego se volvió y le sorprendió ver otra puerta cerrada con pestillo en la cocina.¿Adonde podía conducir?Descorrió el pestillo y abrió.Al otro lado había una escalera estrecha de madera, que bajaba hasta perderse en la oscuridad.Desde abajo subió aire frío y el olor a tierra húmeda.Sintió otro cosquilleo en la nuca.«La bodega.¿Por qué iba nadie a ponerle cerrojo a la puerta de la bodega?»Cerró la puerta y corrió el pestillo.Entonces descubrió que ése era diferente; estaba viejo y oxidado.Sintió la necesidad de comprobar que en todas las ventanas hubiera también pestillos de seguridad.Anna estaba tan asustada que había convertido su casa en una fortaleza; Maura aún podía sentir que su miedo impregnaba cada una de las habitaciones.Después de haber revisado las ventanas de la cocina, se trasladó a la sala de estar.Sólo cuando quedó satisfecha, tras comprobar que en el resto de la casa las ventanas estaban seguras, decidió empezar a explorar el dormitorio.De pie ante el armario abierto, contempló la ropa guardada.A medida que deslizaba los colgadores sobre la barra y examinaba cada prenda, descubrió que eran justo de su misma talla.Sacó un vestido de las perchas: uno de punto negro, línea armoniosa y sencilla que ella misma hubiese podido elegir.Imaginó a Anna en cualquier gran almacén, deteniéndose ante aquel vestido que colgaba de un perchero.La vio mientras comprobaba la etiqueta del precio, sostenía el vestido contra su cuerpo y se miraba en el espejo, pensando: «Este es el que quiero».Maura se desabrochó la blusa y se quitó los pantalones.Se embutió el vestido y, cuando subió la cremallera, sintió que la tela se ceñía a sus curvas lo mismo que una segunda piel.Se volvió hacia el espejo.«Esto es lo que Anna vio», pensó.La misma cara, la misma figura.¿Se lamentaría también de cómo aumentaba el diámetro de las caderas, de los indicios de que se acercaba a la mediana edad? ¿Se volvería también de lado para comprobar que el vientre seguía plano? Seguro que todas las mujeres repetían aquel mismo ballet delante del espejo cuando se probaban un vestido.Se miró el perfil derecho, luego el izquierdo.«¿Se me ve gorda por detrás?»Se detuvo un momento con el lado derecho frente al espejo, al descubrir un cabello adherido a la tela.Lo cogió y lo sostuvo ante la luz.Era negro, como los suyos, pero más largo.El cabello de una mujer muerta.El timbrazo del teléfono la obligó a girar en redondo.Se dirigió a la mesita de noche y se detuvo, con el corazón desbocado, mientras el teléfono sonaba una segunda vez, una tercera.Cada timbrazo retumbaba con una intensidad insoportable en el silencio de la casa.Antes de que sonara por cuarta vez, descolgó.—¿Diga? ¿Diga?Se oyó un clic, y luego el sonido de la línea.«Se habrán equivocado de número —pensó—.Eso es todo.»Fuera, el viento soplaba cada vez más fuerte.Incluso a través de la ventana cerrada se oía el chasquido de los árboles al bambolearse.Sin embargo, dentro de la casa era tal el silencio, que podía sentir los latidos de su corazón.«¿Eran así tus noches? —se preguntó— [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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