[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Sabía que sin entrenamiento no tendría fuerzas suficientes para trepar ningún puerto que le opusiera mucho desnivel.Hacía varios meses que apenas salía en bici y se sentía pesado, ancho, con los músculos flojos, una caricatura del buen corredor aficionado que alguna vez había sido.Miró hacia los grises picachos echando de menos los tiempos en que le gustaba tanto escalar que ninguna montaña le parecía imposible si disponía de unas horas para afrontarla con el ritmo adecuado.Por entonces, cuando llegaba octubre había recorrido tres mil kilómetros y había subido muchas rampas y sus piernas se habían vuelto tan fibrosas y duras como su propia bicicleta.Si flaneaba a plato grande y piñón tendido, sentía esa plenitud que deben de sentir los caballos al galopar por las praderas.No había oído nada cuando de repente vio aparecer una sombra delgada y silenciosa junto a él, a su izquierda.La sorpresa le hizo maniobrar hacia la cuneta y a punto estuvo de salirse del asfalto.Antes de adelantarlo con fuerza y soltura, el ciclista se disculpó con un gesto por haberlo asustado.Pronto le tomó una ventaja de doscientos metros y Cupido decidió aprovecharse de su ritmo para seguirlo a esa distancia.Así aguantó durante quince o veinte minutos, sosteniendo el plato grande, pero volvió a un desarrollo más racional en cuanto la carretera se fue empinando, por miedo a agotarse cuando se encontrara lejos.De vez en cuando pasaban algunos coches y camiones corpulentos con los motores retumbando, acelerando y abriéndose al tomar las curvas, pero no lo inquietaban.Había comenzado a disfrutar con el ligero deslizar de las ruedas calientes, que apenas emitían sobre el asfalto un siseo de insecto, y no quería llegar deprisa a ningún sitio.Entonces, pedaleando despacio, pudo abstraerse del esfuerzo físico y recapitular lo que había averiguado hasta ese momento.«En realidad», se dijo, «no sé nada concreto que ilumine qué ocurrió aquel atardecer, no he podido ofrecerle a Marina ningún dato o indicio claro para que no abandone.» Por lo que había deducido del carácter de Olmedo, también él se resistía a creer que se hubiera suicidado.Un hipotético rechazo de Gabriela no parecía una razón suficiente.Olmedo era de esos hombres que se crecen ante las dificultades.Pero entonces, ¿por qué aquella nota escrita de su puño y letra con un mensaje tan claro: «Perdóname»? Todo era confuso, inexplicable.Si por alguna circunstancia que no comprendía le hubiera disparado alguien a quien él hubiera dejado entrar en su casa, tenía que ser una persona de su entorno.Fue repasando sus nombres y poniendo sus rostros junto al rostro de Olmedo, intentando que de aquel enfrentamiento surgiera a la luz alguna imagen incongruente con las palabras y declaraciones que había oído, algún indicio de mentira, alguna revelación que de tan obvia no se había parado a contemplar.Descartó a Samuel, porque esa tarde había estado con Gabriela.Pero había otros que habían tenido la posibilidad de acercarse a la casa aquel atardecer y habían afirmado que estaban solos o que les acompañaba alguien que podría amparar su mentira.Pensó en Lesmes Beltrán, en el cansancio de sus ojos cuando volvía del quirófano, en su olor a tabaco y a anestésicos, en el odio sin disimulo ni templanza que guardaba contra Olmedo, en la satisfacción que le había producido su muerte.Pensó en Jaime, en su desdén hacia el padre de quien fue su mujer, al que consideraba culpable de su fracaso matrimonial, en sus ínfulas de caballo alado a quien Olmedo pretendía uncir a un yugo terrenal.Pensó en Castroviejo, y se preguntó si la intensidad del desprecio decrece con el paso de los años, como decrece la intensidad del amor, como decrece la fuerza física y la salud y la memoria y la ambición, o si, por el contrario, el viejo coronel mantenía el suficiente rechazo hacia Olmedo como para dispararle si tenía la oportunidad, por haber redactado aquel pernicioso informe que liquidaba lo que él tanto se había esforzado por levantar [ Pobierz całość w formacie PDF ]
Powered by wordpress | Theme: simpletex | © Nie istnieje coś takiego jak doskonałość. Świat nie jest doskonały. I właśnie dlatego jest piękny.