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.Me anticipó que no daría el brazo a torcer y que yo no podría avanzar con mi idea, no sin antes aclararme que un correo barato, de cartas a un peso, carecía de todo interés para él.El tono amenazante de sus palabras y la seguridad con que hablaba terminaron de convencerme de que estaba ante un empresario muy diferente de todos los demás", escribiría después Cavallo en su relato de aquella cena.Yabrán se tuvo que contener para no arrastrar el mantel y tirarle un vaso de vino a la cara.Nunca había odiado a nadie así en su vida.Antes de despedirse lograron recuperar cierto control.Grisanti le preguntó entonces por su familia y Don Alfredo le habló de los muchachos y de sus dudas sobre si meterlos o no en el manejo de sus negocios.Grisanti a su vez recordó que él había tenido una empresa familiar y sabía lo difícil que era compatibilizar la vida familiar con los negocios.Y hasta se permitió darle un consejo:—Me parece que es conveniente que los hijos estudien y que luego ellos elijan lo que hacen, sin que los presionemos para que se metan en las actividades empresarias que nosotros decidimos hacer.Además, dígame Yabrán: ¿para qué quiere usted más plata de la que ya tiene?Don Alfredo lo miró, con una sonrisa sesgada, le puso la mano sobre el hombro y le devolvió la puñalada:—Grisanti, usted no sabe lo que es el poder.A la mañana siguiente, cuando llegó al búnker de la calle Viamonte, llamó a los íntimos y les dijo, en voz muy baja, tapada por la música y distorsionada por el aparato que prevenía la acción de los micrófonos ocultos.—Prepárense muchachos, porque este hijo de puta nos ha declarado la guerra total.29Grisanti conoció lo que es el poder dos años más tarde, cuando el presidente Menem lo despidió, por radio, a través de una simple declaración, para subrayar quién era el amo.Cavallo, que ya estaba muy debilitado, reaccionó entonces con notoria prudencia.Pero las cosas eran muy distintas en 1994.Entonces los berrinches y desplantes del Ministro eran cosa frecuente.Menem ponía su reconocida astucia por encima de sus vísceras, lo convocaba a Olivos y conseguía un toma y daca.En su fuero íntimo, el Presidente estaba harto de ese tecnócrata lleno de "ambiciones políticas" y escasa "cintura" que perturbaba las reuniones de gabinete con sus salidas de tono y sus amenazas, cada vez más explícitas, de renunciar si las cosas no se hacían como él quería.Pero no podía darse el lujo de echarlo o, peor aun, de que se fuera dando un portazo.Era consciente de que su mayor posibilidad de ser reelecto descansaba en los "éxitos macroeconómicos" que el enfant terrible había conseguido: la estabilidad monetaria y un alto índice de crecimiento del PBI.La sociedad, fracturada y aterrada por la experiencia de la hiperinflación, temía que la partida del Ministro de Economía la retrotrajera al caos monetario del pasado.Los votos de una gran parte del electorado estaban cautivos de los créditos, virtualmente dolarizados, que había contraído.Y aunque se perfilaba una nueva oposición, con el Frente Grande y luego el FREPASO, ésta aún no tenía fuerza para capitalizar los déficit mayores del modelo: la creciente y dramática marginalidad social; la desnacionalización de la economía y la hipercorrupción que estaba en la base misma del sistema.Además, Cavallo contaba con las simpatías políticas y el apoyo financiero de los Estados Unidos.Y nadie sabía entonces qué podría ocurrir con los mercados si el Ministro de Economía salía de la escena.Los radicales estaban aún en la lona y la posibilidad de una alianza opositora —como la que se concretaría en 1997— parecía una utopía.De este modo, la rivalidad entre el Rey y el creador de la sacrosanta Convertibilidad, se parecía a las chicanas que describía Dumas entre Luis XIII y el cardenal Richelieu.Ambos se odiaban y se necesitaban mutuamente y por eso sus intrigas respectivas se limitaban a pegarse por debajo de la mesa, atacando a los amigos y subordinados del rival.Otorgándole creciente poder a Bauzá, como virtual primer ministro, Menem trataba de recortar las atribuciones del arrogante Mingo, de separar a esos dos hombres que tenían "buen nivel de diálogo" obligándolos a competir por las distintas parcelas de la administración, y de mostrarle al tecnócrata que la política estará siempre por encima de la economía.Cavallo, por su parte, usaba la creencia casi religiosa de que su presencia era la única garantía de estabilidad, para ganar o recuperar terreno e imponer su filosofía y los intereses que representaba (no sólo a nivel económico sino ideológico), aunque tuviera que embestir contra el entourage presidencial y sus negocios.Amenazaba con acudir al vigilante de las barras y las estrellas para insinuarle que algunos de esos negocios tenían que ver con la droga y las armas, y lo hacía a sabiendas de que Menem, como todo converso (religioso, político e ideológico), era más papista que el Papa y veía en Washington un reaseguro de inmunidad para el momento, aún lejano, en que se viera obligado a dejar el poder.Sin embargo, semejante empate no podía eternizarse.Como bien lo había señalado Kissinger, el lobbista de Yabrán, en una visita a Buenos Aires: "En un país no puede haber dos presidentes".Entonces estalló el escándalo del Banco Hipotecario Nacional.Con información de dos directivos de su confianza dentro el propio Banco, Luis Cerolini y Daniel Efkhanian, Cavallo descubrió que una nueva licitación volvería a entregarle a OCASA la distribución de unos doscientos mil talones de pago mensuales de los deudores, que se facturaban a razón de 1,82 pesos por talón.O sea, casi cuatrocientos mil dólares de facturación mensual para las arcas del Amarillo, que, para colmo, remitía los sobres que iban a los destinos menos rentables a través del vilipendiado correo oficial.ENCOTESA —"el bobo de la película", según la gráfica expresión de Grisanti— volvía a quedar marginada de la convocatoria con los pretextos de siempre: infraestructura, antigüedad en el mercado, carencia de vehículos, etcétera.La ucedeísta Adelina Dalesio de Viola presidía el Banco Hipotecario y, al igual que la mayoría de los directivos —con excepción de Cerolini y Efkhanian—, aprobaba la concesión a OCASA.Cavallo detestaba a la rubia, igual que a Claudia Bello y a María Julia Alsogaray [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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