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.—Os pido disculpas, buen hombre.Dejé caer una moneda y rodó hasta el seto.Las personas que paseaban se detuvieron a mirar al jardinero furioso y al anciano con el rostro rojo al que reprendía.El jardín real estaba abierto al público durante el día, aunque eran pocos los que paseaban por la parte noreste, que era la menos atractiva de todas.Sin embargo, había gente suficiente para que Azoun se sintiera nervioso.Si aparecían los guardias quizá lo detendrían para interrogarlo.El rey se estremeció de vergüenza al pensar en las explicaciones que tendría que dar al capitán de la guardia sobre los motivos para estar oculto entre los arbustos, vestido como un pobre.—Mis disculpas, señor —dijo el monarca, que se ajustó la capa sobre los hombros y echó a andar con paso enérgico por el sendero que conducía a la entrada del jardín.—¡Y no vuelvas por aquí! —le gritó el jardinero, lanzando el rastrillo al suelo.Algunas de las personas presentes soltaron una carcajada, pero la mayoría se limitó a sacudir la cabeza y volvió a ocuparse de lo suyo.Azoun no tardó en salir del jardín real, y encaró por la calle de tierra que atravesaba el barrio donde vivían las familias nobles de Suzail.A diferencia de las demás calles de la ciudad, en ésta no se acumulaba la basura.Los nobles pagaban a unos trabajadores para que se llevaran la basura, de la misma manera que contrataban a otros para que alisaran los surcos que abrían los carros los días de lluvia.Era probablemente la mejor calle de todo el reino, y las viejas familias terratenientes —como la de los Wyvernspur— no dejaban que cualquiera transitara por allí.Por esta razón, Azoun se sorprendió al ver un nutrido grupo de personas comunes que seguían a un hombre que, a primera vista, tenía el aspecto de un clérigo.Veinte personas, la mayoría vestidas con prendas sucias y andrajosas, casi le pisaban los talones al clérigo.Los hombres y mujeres del fondo estiraban el cuello mientras caminaban, en un esfuerzo por no perder ni una sola de las palabras que pronunciaba el sacerdote.Sin embargo, el grupo no tardó en detenerse, y el clérigo alzó las manos por encima de la cabeza.—Amigos, soy portador de un mensaje de la dama Tymora, diosa de la fortuna, patrona de los aventureros y los guerreros —anunció el hombre mientras Azoun se acercaba a la multitud, con la precaución de sujetar bien la pequeña bolsa de tela que colgaba de su cinturón.Los ladrones y carteristas abundaban en grupos como éstos, y no estaba dispuesto a que nadie le robara las monedas de plata.El clérigo añadió con una amplia sonrisa—: Os he traído hasta aquí para que veáis lo que puede dar la buena fortuna.—Señaló la hermosa residencia de tres pisos de la familia Wyvernspur—.Esas personas han sido agraciadas.—La multitud murmuró su aprobación.El clérigo se volvió para señalar a los seguidores—.¿Son ellas mejores que vosotros? —preguntó, subiendo un poco el tono—.¿Son personas más valiosas que vosotros?—¡No! —gritó alguien.—¡Desde luego que no! —añadió un hombre con voz de trueno muy cerca de Azoun.—¡Ni siquiera han trabajado para conseguir lo que poseen! —afirmó una mujer.Otro murmullo corrió entre la multitud, esta vez con un tono de ira.—¡En eso estáis equivocados! —declaró el clérigo, señalando a la mujer.Una vez más, su voz sonó más fuerte—.Las personas que viven en esta calle, incluso la realeza que mora en el gran palacio —alzó las manos y apuntó al palacio al otro lado del jardín—, han pagado por lo que tienen.¿Lo sabíais?—No —murmuraron unos cuantos.—¿Alguno de vosotros sabe cómo? —preguntó el clérigo con voz tonante mientras unía las manos delante del pecho.—¡No! —gritó una mayoría—.¡Decidnos cómo!Otra sonrisa cálida iluminó el rostro del clérigo, que se apartó el pelo de la frente para enjugarse el sudor.—Sí —respondió en voz baja—.Os lo diré.Azoun notó la rabia sorda que crecía en su pecho al ver cómo el clérigo manipulaba a la multitud.Lo había visto hacer en las corridas de toros en el sur, donde los toreros jugaban con los toros obligando a las bestias a bailar como si fueran osos amaestrados.Pero el rey no tenía derecho a enfadarse; él también había empleado las mismas técnicas de la retórica en el discurso delante del pueblo reunido en el jardín real.Azoun aprovechó la pausa que hacía el clérigo, a la espera de que creciera la expectativa, para observarlo con atención.El cabello del clérigo era de un color castaño tan oscuro que parecía negro, y lo llevaba peinado hacia atrás, lo que resaltaba la frente despejada.Tenía los ojos azules y las cejas espesas.Lo que más llamaba la atención era la boca, dotada de una expresividad sorprendente.Con sólo un movimiento de los labios, el clérigo transmitía más que la mayoría de las personas con todo el cuerpo.Azoun pensó que la lengua probablemente era dorada y sin duda bífida.Todo lo demás quedaba oculto por la gruesa sotana marrón, muy limpia e incluso lavada hacía poco.Este hecho ya era suficiente para que el clérigo resaltara entre la multitud de campesinos sucios que lo rodeaban.Llevaba colgado al cuello un pequeño disco de plata, el símbolo de su devoción a la diosa de la fortuna.Como el clérigo miraba hacia el oeste, el sol de la tarde arrancaba destellos del disco que cegaban los ojos de los espectadores.El clérigo acabó de enjugarse la frente [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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