[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.¿Es que no has visto las lanzas? Son guardias.Esto.Ahmad, ¿no te parece que Joshua y yo también deberíamos llevar lanzas.cuando.bueno.cuando pasemos por la zona de los bandidos?—Hace cinco días ya que los bandidos nos siguen —fue la respuesta de Ahmad.—Nosotros no necesitamos lanzas —anunció Joshua—.No pienso permitir que ningún hombre cometa el pecado del latrocinio.Si alguien quiere algo que es mío, solo tiene que pedírmelo, y yo se lo daré.—Dame el resto de tu dinero —le reté.—Ni hablar —dijo él.—Pero si acabas de decir que.—Sí, pero no hablaba de ti.La mayoría de las noches Joshua y yo dormíamos al aire libre, junto a la tienda de Ahmad, entre los camellos, y con tal de guarecernos de los vientos soportábamos sus ronquidos y sus gruñidos.Los hombres dormían en tiendas de a dos, excepto la pareja que montaba guardia toda la noche.Con frecuencia, mucho después de que el campamento hubiera quedado ya en silencio, Joshua y yo permanecíamos tumbados boca arriba, despiertos, contemplando las estrellas y rumiando sobre las grandes preguntas de la vida.—Josh, ¿tú crees que los bandidos nos robarán y nos matarán, o que solo nos robarán?—Diría que primero nos robarán, y después nos matarán.Aunque, si les parece que no encuentran algo y creen que lo tenemos escondido, tal vez nos torturen para averiguar su paradero.—Bien pensado.—¿Tú crees que Ahmad se acuesta con Kanuni? —me preguntó Joshua.—No es que lo crea, es que lo sé.Me lo ha dicho él.—¿Y cómo crees que es? Entre ellos dos, quiero decir.Él es muy gordo, y ella.bueno, ya sabes.—Sinceramente, Josh, prefiero no pensar en ello.Pero gracias por introducirme esa imagen en la mente.—Quieres decir que eres capaz de imaginártelos juntos.—Ya basta, Joshua.No puedo contarte cómo es el pecado.Tendrás que pecar por ti mismo.¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Voy a tener que matar a alguien para poder explicarte qué es eso de matar?—Pero es que yo no quiero matar.—Pues tal vez tengas que hacerlo, Josh.No creo que los romanos vayan a retirarse solo porque se lo pidamos.—Ya se me ocurrirá algo.Lo que pasa es que todavía no lo sé.—¿No sería gracioso que al final resultara que no eres el Mesías? Toda la vida absteniéndote de conocer mujer, para descubrir, al final, que no eras más que un profeta menor.—Sí, sería muy divertido —dijo Josh.Pero no sonreía.—Bueno, un poco divertido sí sería.El viaje parecía avanzar mucho más deprisa una vez supimos que nos seguían los bandidos.Nos daba algo de que hablar, y sentíamos la espalda más ligera, pues nos pasábamos el día girándonos en las sillas y oteando el horizonte.Fue casi algo triste cuando, tras diez días siguiéndonos los pasos, se decidieron a atacar.Ahmad, que solía encabezar la caravana, retrocedió y se colocó a nuestro lado.—Los bandidos nos tenderán la emboscada en el interior de ese paso que viene ahora —nos informó.El camino serpenteaba, internándose en un cañón de laderas empinadas a ambos lados, rematadas por hileras de grandes rocas y torres de piedra erosionadas por el viento—.Se ocultan tras esas rocas, a ambos lados.No miréis o nos delataréis.—Si sabéis que van a atacarnos, ¿por qué no paramos y nos defendemos?—Nos atacarán de todos modos.Mejor caer en una emboscada de la que ya tenemos conocimiento que en una que ignoremos.Además, ellos no saben que nosotros lo sabemos.Me fijé en que los guardias bajos y fornidos, los de los bigotes finos, extraían unos arcos cortos de unos sacos que llevaban bajo las sillas, y con la delicadeza que otro usaría para apartarse una telaraña de un ojo, los tensaban.Quien los observara desde lejos apenas se percataría de sus movimientos.—¿Qué quieres que hagamos? —le pregunté a Ahmad.—Intentad que no os maten.Sobre todo tú, Joshua.Baltasar se enfadará mucho si me presento ante él contigo muerto.—Un momento —dijo Joshua—.¿Baltasar sabe que vamos?—Sí, claro —se rió Ahmad—.Fue él quien me dijo que cuidara de ti.¿Tú te crees que ayudo a todos los mequetrefes que caminan perdidos por el mercado de Antioquía?—¿Mequetrefes? —Por un momento había olvidado lo de la emboscada.—¿Cuánto tiempo hace que te pidió que nos buscaras?—No lo sé.Inmediatamente después de que dejara Antioquía para instalarse en Kabul, hará unos diez años.Pero eso no importa ahora.Debo regresar junto a Kanuni.Los bandidos la espantan.—Pues deja que esos bandidos la miren bien a ella.Ya veremos quién espanta a quién.—No miréis hacia los peñascos —se limitó a repetir Ahmad mientras se alejaba de nosotros.Los bandidos descendieron por las laderas del congosto como una avalancha sincronizada, forzando al máximo el equilibrio de sus camellos, y arrastrando a su paso un río de piedras y de arena.Eran veinticinco, tal vez treinta, todos ellos vestidos de negro, la mitad a lomos de camellos, blandiendo espadas o estacas, la otra mitad a pie, con unas lanzas largas pensadas para degollar a los jinetes.Una vez iniciada la carga, cuando todos los bandidos descendían ya colina abajo, nuestros guardias separaron la caravana en dos y dejaron un espacio vacío en el camino, allí donde debía consumarse el choque.Los atacantes avanzaban con tal impulso que no pudieron cambiar de dirección.Tres de sus camellos cayeron sobre la arena en su intento de frenar.Nuestros guardias se dividieron en dos grupos, tres hombres delante, con las lanzas largas, y los arqueros inmediatamente después.Cuando éstos ocuparon sus puestos, lanzaron sus flechas contra los bandidos, y cada vez que alguna alcanzaba el blanco, el herido arrastraba a dos o tres más en su caída, por lo que, en cuestión de segundos, la carga se había convertido en una avalancha de piedras, hombres y camellos.Éstos gritaban, y oíamos el chasquido de huesos al partirse, y a los hombres chillar mientras rodaban, convertidos en una bola sangrienta, en dirección al sendero.Algunos se levantaban y pretendían atacar, pero una sola flecha de nuestros hombres bastaba para abatirlos de nuevo.Un bandido, montado a lomos de su camello, se dirigía a la retaguardia de la caravana, donde los tres lanceros lograron descabalgarlo, con grandes salpicaduras de sangre.Todos los movimientos que se producían en el cañón eran recibidos con el disparo de una flecha.Otro de los atacantes, con una pierna rota, ascendía a gatas por la ladera, pero una flecha le alcanzó la nuca y detuvo su avance [ Pobierz całość w formacie PDF ]
Powered by wordpress | Theme: simpletex | © Nie istnieje coś takiego jak doskonałość. Świat nie jest doskonały. I właśnie dlatego jest piękny.