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.Si había algún motivo para nuestro divorcio, allí se encontraba resumido.En ese punto siempre habíamos tenido nuestras diferencias.Aunque también fue, supongo, la razón por la que nos casamos.— ¿Sigues dibujando desnudos? —pregunté.—Hoy día mis manos ya no se dedican a eso.Ahora trabajo láminas de metal.— ¿Hacemos esa llamada?Acababa de asociar llamar a la policía con, por fin, tomar una ducha.Poco me importaba si lo que decía tenía o no sentido.— ¿Por qué la bañaste? —preguntó Jake.—Quería estar a solas con ella —respondí.Las palabras «a solas» me retumbaron en el interior de la cabeza.De repente miré a Jake y sentí que seguía a miles de kilómetros de distancia y que así seguiría por mucho que se acercara.A través de las ventanas traseras me llegó el llanto del bebé de mis vecinos.No lo había visto nunca, pero su llanto era el más lastimero que hubiera oído jamás.Y largo.Crecía, vacilaba y volvía a comenzar.Era como si la madre hubiera dado a luz a una bola de ira de tres kilos y medio.Apuré mi taza de café.— ¿Otro?Jake me alcanzó su taza vacía y las dejé en la encimera para rellenarlas.Siempre se nos había dado bien hacer eso juntos: beber café.Yo posaba para él, y él se sentaba a dibujar delante de mí, y entre los dos, en una tarde podíamos terminarnos tres cafeteras.—Creo que deberías contarme cómo sucedió.Con todos los detalles.Regresé con las dos tazas y dejé solo la suya sobre la mesa.—Creo que voy a ducharme.Tengo que estar en la facultad para la clase de las diez.Jake se echó hacia atrás y me miró.—Pero ¿a ti qué te pasa? No vas a ir a Westmore.Tenemos que decidir qué hacemos y después llamar a alguien.—Llama tú.— ¿Y qué les digo, Helen? ¿Que estabas cansada y te pareció un buen día para matar a alguien?—No uses esa palabra.Salí de la habitación.Mientras subía por las escaleras pensé en Hamish.Para él, el día en que quisiera matar a su madre no llegaría jamás.Desde la ventana del piso superior vi la hilera de álamos mecidos por la brisa.Las hojas que les quedaban eran doradas y de color melocotón, y revoloteaban sujetas a las ramas.Años atrás había creído que librarme de mi madre sería tan solo una cuestión de tiempo, que escapar consistía en subir a un coche o a un avión, o en rellenar una solicitud para la Universidad de Wisconsin.Oí los pasos inquietos de Jake en la cocina.El crujido del suelo debajo del linóleo que imitaba el dibujo de baldosas.¿Se acercaría al fregadero y lavaría las tazas? ¿Observaría a los arrendajos y cardenales en su rutina diaria de buscar comida al pie del manzano silvestre? Las vistas desde mi ventana, ya fuera la de álamos de hojas movedizas o pájaros en busca de alimento, siempre me parecieron los lugares más distantes a los que hubiera viajado jamás.Traté de imaginar a la Helen que había relevado a su padre al volante durante aquellas primeras vacaciones de Navidad en que él había hecho todo el trayecto en el Oldsmobile para ir a recogerla.—Yo conduzco este tramo —dije, de camino a la carretera interestatal.«Nuestra escapada», la llamó mi padre en los años que siguieron, cuando ya era evidente que nunca haríamos otra.Entré en la habitación y cerré la puerta con cuidado.Una vez en el baño abrí el grifo de la ducha y esperé a que el agua saliera caliente.De pie sobre la alfombra, delante del lavabo, me di cuenta de que me estaba desnudando como lo haría alguien que llevara la ropa cubierta de mugre o que se hubiera pasado el día trabajando en el jardín.Me bajé despacio los pantalones hasta los tobillos y los deslicé por encima de los calcetines, primero una pernera y después la otra, posando cada pie con delicadeza sobre la alfombra, como si, perturbando la calma de los bajos, el cieno del cadáver pudiera mezclarse con el aire.Me quité los calcetines.Llevaba las uñas de los pies pintadas del color que utilizaba mi madre, el coral apagado que tanto detestaba y que me había aplicado dos semanas antes, durante una de aquellas largas tardes en las que veíamos juntas la televisión [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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