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.Hubo más estampidos, pues las explosiones eran constantes.Sobre nuestro barco volvieron a caer fragmentos de piedra pómez y rocas ardientes que mataron al menos a cuatro tripulantes.»Sin buscar siquiera una playa, embarrancamos la nave en una costa sembrada de rocas y guijarros.—¡Corred por vuestras vidas! —grité—.¡Subid al punto más alto que encontréis!»Como podéis imaginar, cuando el mar se precipitó sobre la cámara de magma se produjo una especie de reacción en cadena.La ingente cantidad de agua vaporizada y la explosión de varios kilómetros cúbicos de magma produjeron primero la onda expansiva que casi me dejó sordo.»Luego vino el tsunami.«Conseguí llegar a tiempo al punto más alto de la isla, y tras de mí llegaron decenas de hombres.Pero otros muchos estaban exhaustos.A duras penas lograban avanzar cuesta arriba.Desde donde estaba vi cómo el mar se retiraba primero de la costa, dejando nuestro barco al descubierto sobre un lecho de piedras.«Aquella resaca sólo era el preludio de la ira de Poseidón.Aunque seguían oyéndose las explosiones del volcán, el tsunami mugía como un rebaño de un millón de vacas.»No era una ola normal, obviamente.Más bien como si todo el mar se levantara en un frente de miles de metros, con un borde recto como el filo de una espada.Aquella pared de agua era tan alta como un edificio de quince pisos y viajaba a cientos de kilómetros por hora.»Vi cómo el maremoto alcanzaba a los barcos que nos seguían y después se precipitaba sobre la isla.A la izquierda, a unos dos kilómetros, había un poblado pesquero.La ola lo engulló, simplemente.Pero no era sólo la fuerza del agua la que lo destrozó: cuando más tarde me acerqué a mirar vi que el tsunami había arrastrado toneladas de rocas y de fango sobre la aldea.»Una ola normal, por fuerte que sea, se rompe contra la orilla y pierde su fuerza, y como mucho penetra unos cuantos metros.Pero un tsunami no es una ola normal, sino la vanguardia de una onda con un frente enorme.Transporta la masa de miles, millones de toneladas de agua, a tal velocidad que su impacto es tan duro como el de un muro de metal.»El tsunami empezó a trepar por la costa, arrastrando nuestro barco.Muchos de los hombres que huían de él se detuvieron y aguardaron resignados a que las aguas los devoraran.Otros siguieron corriendo, pero fue en vano.No llegué a escuchar sus gritos.Sobre el pitido que zumbaba en mi cabeza oía el tronar del agua, un fragor tan grave que hacía retemblar los huesos de mi cuerpo.»La ola rompió por fin, a unos cincuenta metros de donde nos hallábamos.Cuando se retiró, descubrimos que había arrastrado los restos astillados de nuestro barco ladera arriba, a más de dos kilómetros de la orilla.Había varios cadáveres tendidos entre los guijarros y el lodo, pero la mayoría de los compañeros que quedaron rezagados habían desaparecido.»Sobre el monte quedábamos unos setenta supervivientes de los casi doscientos hombres que viajábamos en el barco.A lo lejos, vi que cuatro naves seguían dirigiéndose hacia la isla.Milagrosamente, habían sobrevivido al paso del tsunami.Tal vez por ser tan pequeños y ligeros.Un barco más grande se habría partido en dos.»Pero aún quedaba algo peor.Como la presión de la cámara de magma ya no podía sostener la columna eruptiva, ésta se vino abajo, y al hacerlo creó.—¡Flujos piroclásticos! —dijo Joey.—Así es.Desde la isla vimos cómo un nuevo frente avanzaba por el mar, una nube de aspecto algodonoso que parecía resbalar sobre las aguas.En aquel momento el cielo se había oscurecido tanto que, pese a que era poco más de mediodía, parecía casi de noche.En aquellas tinieblas, la nube resplandecía, y supe que traía con ella fuego y más destrucción.—Pero.¿los flujos piroclásticos pueden viajar sobre el agua?—Te aseguro que pueden viajar, Joey.Yo lo vi.»Las cuatro naves supervivientes casi habían llegado a la costa cuando los flujos piroclásticos las alcanzaron.Luego recogimos los pecios y algunos cuerpos muertos que llegaron a la orilla.»Al ver el avance de la nube ardiente, que debía medir al menos treinta metros de altura, pensé que no estábamos a salvo ni siquiera allí y corrí cuesta abajo hacia la playa norte, exhortando a los demás a que me siguieran.»No todos me hicieron caso, pues creían que aquél era el lugar más seguro, y estaban demasiado dispersos para usar el Habla de forma eficaz.De ésos, no sobrevivió ninguno.Cuando encontramos sus cadáveres, vimos que no sólo estaban abrasados, sino que a muchos les había reventado el abdomen por el calor, y otros incluso tenían el cráneo estallado.El súbito aumento de temperatura había hecho que sus cerebros y el agua contenida en ellos se dilataran de repente y rompieran los huesos del encéfalo.—Dios mío —musitó Alborada.—Huí ladera abajo.Quiso el azar que descubriera una cueva.No estaba muy seguro de que fuera un lugar seguro y no una ratonera, pero no muy lejos a mi espalda oía un nuevo ruido aún más siniestro.Era un rugido continuo, mezclado con detonaciones secas.Supongo que eran las rocas ardientes arrastradas por la nube reventando al enfriarse tras la dilatación.»Entré en la cueva, y los demás hombres me siguieron.Como no era muy profunda, nos apelotonamos al fondo.Traté de infundirles calma para que no nos aplastáramos, pero no me era fácil, pues estaba muy lejos de sentirme tranquilo yo mismo.Por la boca de la cueva se veía el azul del cielo, pero de pronto desapareció.Todo se volvió oscuridad y las paredes de la cueva vibraron al paso de la nube.«Pronto la temperatura se hizo insoportable y el aire nos empezó a faltar.Tosíamos y escupíamos una mezcla de flema y barro, e incluso sangre.Recordé cómo había soportado la tortura, encadenado durante años, e hice un esfuerzo por controlarme.Sólo entonces conseguí tranquilizar a los demás lo suficiente para que respiraran más despacio, dejaran de gritar y ahorraran aire.»Pasó un rato que me pareció una eternidad, hasta que la oscuridad se aclaró y la temperatura empezó a bajar dentro de la cueva.»Cuando salimos, teníamos que caminar con cuidado.El suelo estaba sembrado de cenizas y piedras que todavía humeaban.Nos dimos cuenta de que teníamos la piel chamuscada y llena de ampollas, y a muchos les faltaban las cejas, la barba o incluso toda la cabellera.»Éramos veintiocho hombres, los únicos supervivientes de nuestro barco.Luego supe que se habían salvado otras tres naves, entre ellas la que llegó hasta la bocana del puerto de la Atlántida, pues el avance de los flujos piroclásticos es azaroso, y había dejado un estrecho pasillo que respetó a esos tres barcos.»El resto de la flota desapareció, y con ella el orgulloso ejército ateniense que había zarpado para invadir la Atlántida.Veinte mil hombres perecieron en poco más de una hora.»A ellos hay que sumar los treinta mil habitantes de la Atlántida, de los que apenas hubo supervivientes.Pero el desastre no terminó ahí.El tsunami azotó el sur de las Cicladas y de Grecia, destrozándolo todo a su paso [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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