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.La voz de la mujer, al contestar, sonó cansada pero serena.Annika pronunció las típicas palabras de condolencia, pero la mujer la cortó.—¿Qué quiere?—Me preguntaba si su marido conocía a Christina Furhage, la directora general del comité —dijo Annika.La mujer pensó.—Yo por lo menos no —respondió—.Pero seguro que Steffe la conocía; a veces hablaba de ella.Annika encendió el magnetófono.—¿Qué decía?La mujer resopló.—No sé.Hablaba de ella, decía que era una tía fuerte y eso.No recuerdo…—Pero no le dio la impresión de que se conocieran personalmente.—No, no le podría decir.¿Qué le hace pensarlo?—Sólo me lo preguntaba.Estuvieron sentados juntos en la fiesta de Navidad la semana pasada.—¿Sí? Steffe no me dijo nada.Dijo que fue una fiesta muy aburrida.—¿Llevó alguna cámara a la fiesta?—¿Steffe? No, nunca.Pensaba que eran una estupidez.Annika dudó unos segundos, pero luego se decidió a hacer la pregunta que en realidad quería hacer.—Perdone si le parezco inoportuna, pero ¿cómo puede estar tan serena?La mujer resopló de nuevo.—Por supuesto que estoy triste, pero Steffe no era precisamente el mejor hijo de Dios —respondió—.En realidad era bastante duro estar casada con él.Había pedido el divorcio dos veces pero en ambas me eché atrás.No era posible acabar con él.Siempre regresaba, nunca se daba por vencido.La escena le resultaba conocida; Annika sabía qué pregunta debía hacer ahora.—¿La maltrataba?La mujer dudó un instante, pero al parecer se decidió a ser sincera.—Una vez fue condenado por malos tratos y amenazas.El juez dictó una orden de alejamiento, pero él la violaba continuamente.Al final me di por vencida y le dejé volver —dijo la mujer con tranquilidad.—¿Confiaba en que cambiara?—Él dejó de prometer eso, ya habíamos pasado ese estadio.Pero después mejoró realmente.El último año no fue demasiado malo.—¿Ha ido alguna vez a un centro de acogida?Lo preguntó con total naturalidad; Annika lo había pronunciado cientos de veces durante los últimos años.Eva Bjurling dudó un instante pero también se decidió a responder.—Un par de veces, aunque fue muy duro para los niños.No podían ir a la guardería ni al colegio habitual; era demasiado complicado.Annika aguardó en silencio.—Se pregunta por qué no estoy destrozada, ¿verdad? —dijo Eva Bjurling—.Claro que lo siento, sobre todo por los niños.Claro que querían a su padre, pero estarán mejor ahora que ha muerto.A veces bebía mucho.Así que…Permanecieron en silencio un rato.—No la voy a molestar más —dijo Annika—.Gracias por ser tan sincera, es importante tener claras estas cosas.La mujer se preocupó de pronto.—¿Va a escribir esto? Los vecinos no saben lo que pasaba.—No —respondió Annika—.No pienso escribir esto, pero está bien que lo sepa, así quizá pueda impedir que ocurra otra vez.Terminaron la conversación y Annika apagó el magnetofón.Permaneció sentada a la mesa un instante, mirando al vacío.Los malos tratos a mujeres existían en todas partes, lo había aprendido con los años.Había escrito muchas series de artículos sobre las mujeres y la violencia a la que eran sometidas, y mientras sus pensamientos volaban libremente, de repente se dio cuenta de otra cosa totalmente distinta.Aquí había otro nexo entre las víctimas de las bombas.Ambos habían sido loados inicialmente por personas que no los conocían demasiado bien.Ambos resultaron ser unos auténticos cerdos, a no ser que Evert Danielsson mintiera sobre Christina.Suspiró y encendió suMac.Mejor escribirlo todo ahora que todavía estaba fresco.Mientras se cargaban todos los programas del ordenador cogió su bloc del bolso.No sabía qué pensar de Evert Danielsson.Por un momento parecía profesional y competente, al siguiente lloraba porque le habían quitado el coche de empresa.¿Eran realmente los hombres poderosos tan sensibles y simples? La respuesta al parecer era que sí.Los poderosos no son distintos a las demás personas.Si pierden su trabajo o algo que ha sido importante para ellos, entran en crisis.Una persona en crisis, agobiada, no reacciona racionalmente, independientemente del título que tenga.Casi había terminado de escribir sus notas cuando sonó de nuevo el teléfono.—Me dijiste que te llamara si escribíais algo mal —espetó alguien.La voz era de una mujer joven, Annika no conseguía recordarla.—Sí, por supuesto —contestó ella e intentó sonar neutral—.¿En qué te puedo ayudar?—Eso me dijiste cuando estuviste en nuestra casa el domingo: que podía llamarte si salía algo mal en el periódico, y ahora verdaderamente habéis ido demasiado lejos.Era Lena Milander.Annika abrió los ojos de par en par y conectó el magnetofón.—¿Qué quieres decir?—Supongo que debes haber leído tu propio periódico.Tenéis una foto grandísima de mamá y habéis escrito debajo La mujer ideal.¿Qué sabéis vosotros?—¿Qué te parece a ti que debíamos escribir? —preguntó Annika.—Nada de nada —contestó Lena Milander—.Dejad en paz a mi madre.Ni siquiera está enterrada.—Por lo que sabemos tu madre era la mujer ideal —dijo Annika—.¿Cómo podemos saber que no lo es si nadie nos cuenta nada?—¿Por qué tenéis que escribir?—Tu madre era un personaje público.Ella había elegido serlo.La imagen que tenemos de ella la creó ella misma.Si nadie nos informa de lo contrario, eso es lo único de lo que disponemos.Lena Milander permaneció en silencio un instante, luego dijo:—Ven al Pelikan en Söder, dentro de media hora.Después me prometerás que nunca más escribiréis esas tonterías [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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