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.Y esto es así porque para disfrutar de todo ello tendrían que adquirirlo a precio de coste, y el derecho de aubana se lo impide.Debajo de las lujosas muestras de esos almacenes suntuosos que su indigencia admira, el trabajador lee en gruesos caracteres: TODO ESTO ES OBRA TUYA Y CARECERÁS DE ELLO.¡Sic vos non vobis!Todo industrial que hace trabajar a 1.000 obreros y gana con cada uno de ellos un céntimo por día es un hombre que ocasiona la miseria de 1.000 obreros.Todo explotador ha jurado mantener el pacto del hambre.Pero el pueblo carece hasta ese trabajo, mediante el cual la propiedad le aniquila.¿Y por qué? Porque la insuficiencia del salario obliga a los obreros al acaparamiento del trabajo, y antes de ser diezmados por la miseria se diezman ellos mismos por la concurrencia.Conviene tener presente esta verdad.Si el salario del obrero no le permite adquirir su producto, claro es que el producto no es para el productor.¿Para quién se reserva en ese caso? Para el consumidor rico, es decir, solamente para una pequeña parte de la sociedad.Pero cuando toda la sociedad trabaja, produce para toda la sociedad; luego si sólo una parte de la sociedad consume, es a cambio de que el resto permanezca inactivo.Y estar en esa inactividad es perecer, tanto para el trabajador como para el propietario; es imposible salir de esta conclusión.El espectáculo más desolador que puede imaginarse es ver los productores rebelarse y luchar contra esa necesidad matemática, contra ese poder de los números, que sus propios prejuicios impiden conocer.Si 100.0000 obreros impresores pueden proveer al consumo literario de 34 millones de hombres, y el precio de los libros sólo es accesible a una tercera parte de los consumidores, es evidente que esos 100.000 obreros producirán tres veces más de lo que los libreros pueden vender.Para que la producción de los primeros no sobrepase nunca las necesidades del consumo será preciso, o que de tres días no trabajen más que uno, o que se releven por terceras partes cada semana, cada mes o cada trimestre, es decir, que no vivan durante dos tercios de su vida.Pero la industria bajo la influencia capitalista no procede con esta regularidad: es en ella de esencia producir mucho en poco tiempo, puesto que cuanto mayor sea la masa de productos y más rápida la ejecución, más disminuye el precio de fabricación de cada ejemplar.Al primer síntoma de escasez de productos, los talleres se llenan de operarios, todo el mundo se pone en movimiento; entonces el comercio es próspero, y gobernantes y gobernados aplauden.Pero cuanto mayor es la actividad invertida, mayor es la ociosidad forzosa que se avecina; pronto la risa se convertirá en llanto.Bajo el régimen de propiedad, las flores de la industria no sirven más que para tejer coronas funerarias.El obrero que trabaja cava su propia fosa.Aun cuando el taller se cierre, el capital sigue devengando interés.El propietario, para cobrarlo, procura a todo trance mantener la producción disminuyendo sus gastos.Como consecuencia vienen las rebajas del salario, la introducción de las máquinas, la intrusión de niños y mujeres en los oficios de los hombres, la depreciación de la mano de obra y la mala fabricación.Aún se produce, porque la disminución de los gastos facilita la venta del producto; pero no se continúa mucho tiempo, pues fundándose la baratura del precio de coste en la cuantía y la celeridad de la producción, la potencia productiva tiende más que nunca a sobrepasar el consumo.Y cuando la producción se modera ante trabajadores cuyo salario apenas basta para el diario sustento, las consecuencias del principio de propiedad son horrorosas.No hay economía, ni ahorro, ni recurso alguno que les permita vivir un día más.Hoy se cierra el taller, mañana ayunarán en medio de la calle, al otro día morirán de hambre en el hospital o comerán en la cárcel.Nuevos accidentes vienen a complicar esta espantosa situación.A consecuencia de la acumulación de mercancías y de la extremada disminución del precio el industrial se ve muy pronto en la imposibilidad de satisfacer los intereses de los capitales que maneja.Entonces, los accionistas, alarmados, se apresuran a retirar sus fondos, la producción se suspende totalmente, el trabajo se interrumpe.Hay quien se extraña de que los capitales huyan del comercio para precipitarse en la Bolsa, y hasta M.Blanqui se ha lamentado amargamente de la ignorancia y la ligereza de los capitalistas.La causa de este movimiento de los capitales es muy sencilla; pero por eso mismo un economista no podía advertirla, o mejor dicho, no debía decirla.Esta causa reside únicamente en la concurrencia.Llamo concurrencia no solamente a la rivalidad de dos industrias de una misma clase, sino al esfuerzo general y simultáneo de todas ellas para imponerse unas a otras.Este esfuerzo es hoy tan intenso, que el precio de las mercancías apenas puede cubrir los gastos de fabricación y de venta.De suerte que, descontados los salarios de todos los trabajadores, no queda nada, ni aun el interés para los capitalistas.La causa primera de la paralización comercial e industrial es, por tanto, el interés de los capitales, ese interés que la antigüedad designó con el infamante nombre de usura cuando sirve para pagar el precio del dinero, pero que nadie se ha atrevido a condenar bajo las denominaciones de alquiler, arriendo o beneficio, como si la especie de las cosas prestadas pudiese nunca legitimar el precio del préstamo, el robo.La cuantía de la aubana que percibe el capitalista determinará siempre la frecuencia y la intensidad de las crisis comerciales.Conocida la primera, será fácil determinar las últimas, y recíprocamente.¿Queréis saber cuál es el regulador de una sociedad? Informaos de la masa de capitales activos, es decir, que devenguen interés y de la tasa legal de ese interés.El curso de los acontecimientos no será más que una serie de quiebras, cuyo número e importancia estarán en razón directa de la acción de los capitales [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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