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.El noble permaneció en el umbral, indeciso.En el aire se notaba la magia.No sabía por qué, pero la sentía como un cosquilleo sobre la piel.De la escalera llegaban sonidos amortiguados que los oídos de Malus percibieron como voces.¿Serían Urial y sus hombres que habrían entrado por la puerta escondida y subían por la escalera?Malus se volvió a mirar el cuerpo del príncipe.Las manos de Eleuril sostenían algo que tenía sobre el pecho.Pensó que podía ser una daga.Moviéndose con todo cuidado, el noble entró en la cámara.El aire olía a cerrado.El techo formaba una bóveda a nueve metros sobre su cabeza y en lo alto podían verse las motas de polvo flotando en medio del resplandor de las luces brujas.Avanzó con cautela por la alfombra de seda, observando cómo se hacía polvo bajo sus pies.En la antigüedad, los nobles de Nagaroth solían acudir a rendir homenaje a sus ancestros en las moradas de los muertos.Caminaban por alfombras como esa que pisaba Malus, se arrodillaban ante libros como el que estaba ante el ataúd del príncipe y leían en ellos las legendarias hazañas de sus antepasados.Así recordaban las glorias que se habían perdido cuando Nagarythe se hundió bajo las aguas y juraban venganza en nombre sus ancestros.En una época, los señores de la guerra del Rey Brujo solían recorrer el largo camino hacia la necrópolis en vísperas de una guerra para invocar los espíritus de los Antiguos Reyes, como solían llamar a los príncipes.«Pero de eso hace ya mucho tiempo», pensó Malus.Las antiguas costumbres se perdían en la noche de los tiempos.Los volúmenes donde se contaban las grandes hazañas permanecían sin que nadie los leyera en la oscuridad de los sepulcros, y las alfombras de seda se hacían polvo bajo los pies de un ladrón.Así eran ahora las cosas.El noble rodeó el gran libro y, extremando los cuidados, subió a la plataforma, que era muy estrecha.Apenas había en ella espacio para el ataúd del príncipe, y Malus no tuvo más remedio que sujetarse del borde de mármol para no perder pie.Allí, a escasos centímetros de la momia, Malus pudo ver la larga y negra daga que Eleuril sostenía con sus manos cubiertas con guanteletes.«Es curioso que lo entregan al descanso eterno con ese cuchillo», pensó, disponiéndose a apartar las manos del muerto.Lo lógico habría sido que hubiera preferido una espada.Los dedos de Malus se posaron sobre el frío acero plateado del guantelete., y el príncipe Eleuril lanzó un grito.El noble sintió un escalofrío de terror que lo recorrió de pies a cabeza cuando los ojos del príncipe se abrieron de golpe y dejaron ver la furia de una luz azulada que relucía en el fondo de las negras cuencas.El noble retrocedió y se encontró a punto de perder el equilibrio en el borde de la plataforma.Antes de que pudiera recuperarlo, el cuerpo del príncipe se sacudió, volvió a una vida sobrenatural y le asestó a Malus un puñetazo con su mano enguantada.La criatura tenía una fuerza terrible, que hizo que Malus saliera despedido hacia atrás como si fuera un niño.Chocó contra el atril, de modo que el gran tomo cayó sobre el suelo pulido y, por fin, se quedó encajado entre dos de los ataúdes de los caballeros.Horrorizado, vio que también ellos se levantaban de sus lechos de seda con los ojos centelleantes y lanzando gritos de furia.Malus consiguió ponerse de pie y sacar sus dos espadas cuando los caballeros no muertos saltaron sobre él desde sus tumbas con temible velocidad y lo atacaron uno por cada lado.Sus largas espadas relucían como varitas mágicas y eran más rápidas que cualquier arma esgrimida por la mano de un ser vivo, y tenían tal fuerza que a punto estuvieron de obligar a Malus a ponerse de rodillas.Sin embargo, en lugar de ceder terreno, él contraatacó, esquivando con una finta al caballero de la izquierda y girando acto seguido sobre un talón para descargar un revés sobre el de la derecha.La espada del noble alcanzó al caballero por encima de la cadera.La piel apergaminada y los frágiles huesos se quebraron; el guardián de la tumba se partió en dos.«Pese a su fiereza y su fuerza, son frágiles», observó Malus con una mueca despiadada mientras ponía toda su atención en el caballero que quedaba.Lo hizo justo a tiempo de parar un golpe arrollador que lo hubiera alcanzado en el pecho.El noble fue lanzado hacia atrás por la fuerza del golpe y sintió que un mano fría lo asía por el tobillo.Desde el suelo, el caballero caído golpeó con su espada la espalda de Malus, que mordió la armadura del noble y lo dejó atontado.Otro golpe del segundo caballero alcanzó a Malus en el brazo izquierdo.Un dolor ardiente lo recorrió desde el hombro hasta la muñeca e hizo que soltara la espada que sostenía con esa mano.Con una mueca feroz, Malus dio un pisotón a la muñeca que lo sujetaba por el tobillo y la hizo trizas bajo su talón.Acto seguido, echó atrás el pie, dio una patada al caballero caído y le separó la cabeza del cuerpo.Cuando el cuerpo destrozado cayó al suelo, el noble se abalanzó contra el segundo caballero, le hizo perder el equilibrio y lo empujó contra su ataúd.Por las junturas de la armadura del muerto salió polvo cuando Malus cogió el brazo con el que el caballero sostenía la espada a la altura del codo y se lo arrancó de cuajo.A continuación, hundió la empuñadura de la espada en el cráneo insolente que cayó al suelo dando botes.«Dos menos.Me quedan seis», pensó Malus, apartándose del cuerpo que se desmoronaba.Entonces, una mano huesuda tan dura como el acero lo cogió por el cuello.El noble apenas tuvo tiempo de gritar de rabia antes de que el penetrante grito de Eleuril le llenara los oídos y la Daga de Torxus se le clavara en el costado.9.El precio de la dagaLa Daga de Torxus se hundió en su carne, y Malus Darkblade se sintió morir.Un dolor espantoso lo sacudió de pies a cabeza y tuvo la sensación de que una parte de sí se había desprendido y él había quedado flotando dentro de su propio pellejo.Le pareció que su corazón se paraba y que la sangre empezaba a estancarse en su carne.Perdió totalmente las fuerzas —a lo lejos oyó el ruido de su espada sobre las piedras del suelo—, y a continuación, cuando la oscuridad se extendía como aceite en sus ojos, fue como si su cuerpo se marchitara por dentro y la carne se volviera negra y dura como la mojama y los huesos se le petrificaran.Era como si la daga fuera un fragmento de la propia Oscuridad Exterior, que le extraía hasta el último atisbo de calor y de vida, y lo convertía en una oquedad bastarda que no era del todo demonio ni del todo hombre.Lo último que oyó fue su propio grito de horror absoluto.Se despertó respirando con dificultad el polvo de la tumba [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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