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.Pero Murbella tenía razón cuando decía que estaban aprendiendo cosas útiles tan sólo de las Hermanas.Este pensamiento agitó recelos.Vio una imagen en su memoria: Scytale de pie detrás de la barrera del campo en un corredor.¿Qué era lo que estaba aprendiendo su compañero cautivo? Idaho se estremeció.Pensar en los tleilaxu siempre evocaba recuerdos de Danzarines Rostro.Y eso evocaba la habilidad de los Danzarines Rostro de «reimprimir» las memorias de cualquiera al que mataran.Esto lo llenó a su vez de miedo a sus visiones.¿Danzarines Rostro?Y yo soy un experimento tleilaxu.Aquello no era algo que se atreviera a explorar con una Reverenda Madre, o ni siquiera al alcance de la vista o del oído de una.Salió entonces a los pasillos y se dirigió a los aposentos de Murbella, donde se instaló en una silla y examinó los residuos de una lección que ella había estudiado.La Voz.Ahí estaba el registro de tonos que había utilizado para hacer resonar sus experimentos vocales.El arnés respiratorio para forzar las respuestas prana-bindu estaba tirado sobre una silla, hecho un montón, descuidadamente olvidado.Tenía malos hábitos de los días de las Honoradas Matres.Murbella lo encontró allí cuando regresó.Llevaba unos ajustados leotardos blancos manchados de sudor, y sentía prisa por quitarse aquellas ropas y ponerse cómoda.El la detuvo en su camino a la ducha, utilizando uno de los trucos que había aprendido.—He descubierto algo que no sabía acerca de la Hermandad.—¡Cuéntame! —Era su Murbella quien lo pedía, el sudor brillando en su ovalado rostro, sus verdes ojos admirativos.¡Mi Duncan ha visto de nuevo a través de ellas!—Un juego donde una de las piezas no puede ser movida —le recordó él.¡Dejemos que los perros guardianes tras los com-ojos jueguen un poco con eso!—.No sólo esperan que las ayude a crear una nueva religión en torno a Sheeana, nuestra participación voluntaria en su sueño, sino que se supone que debo ser su tábano, su consciencia, haciendo que se cuestionen sus propias excusas acerca del comportamiento extraordinario.—¿Ha estado aquí Odrade?—Bellonda.—¡Duncan! Esa es peligrosa.Nunca deberías verla a solas.—El chico estaba conmigo.—¡No lo dijo!—Obedecía órdenes.—¡De acuerdo! ¿Qué ocurrió?Le hizo un breve relato, describiendo incluso las expresiones faciales y las demás reacciones de Bellonda.(¡Y no se lo pasarían en grande los perros guardianes tras los com-ojos con aquello!).Murbella se mostró furiosa.—¡Si te hace algún daño, nunca volveré a cooperar con ninguna de ellas!—En la misma diana, querida.¡Consecuencias! Vosotras las brujas Bene Gesserit deberíais reexaminar con gran cuidado vuestro comportamiento.—Aún apesto de la sala de prácticas —dijo Murbella—.Ese chico.Es rápido.Nunca había visto a un niño tan brillante.El se puso en pie.—Ven, te frotaré la espalda.En la ducha, la ayudó a sacarse los sudados leotardos, sus manos frías sobre la piel femenina.Pudo ver cómo a ella le gustaba aquel contacto.—Tan suave, y sin embargo tan fuerte —susurró Murbella.¡Dioses de las profundidades! La forma cómo lo miraba, como si pudiera devorarlo.Por una vez, los pensamientos de Murbella acerca de Idaho estaban desprovistos de autoacusación.No recuerdo ningún momento en el que me haya despertado y haya dicho:«Lo quiero» No, aquel sentimiento había ido abriéndose camino hacia una adicción más y más profunda hasta que, como un hecho consumado, tenía que ser aceptado en cada momento de la vida.Como el respirar… o los latidos de un corazón.¿Una imperfección? ¡La Hermandad está equivocada!—Frótame la espalda —dijo Murbella, y se echó a reír cuando el chorro de la ducha empapó las ropas de él.Lo ayudó a desvestirse también, y allí en la ducha ocurrió una vez más: la incontrolable compulsión, aquella mezcla macho-hembra que lo borraba todo excepto las sensaciones.Tan sólo después pudo ella recordar y decirse a sí misma: Conoce todas mis técnicas.Pero era algo más que técnicas.¡Desea complacerme! ¡Queridos Dioses de Dur! ¡Jamás fui tan afortunada!Se sujetó al cuello del hombre mientras él la sacaba de la ducha y la dejaba caer, aún mojada, sobre la cama.Ella lo atrajo a su lado, y allí permanecieron tendidos los dos, inmóviles, restaurando sus energías.Finalmente, ella susurró:—Así que la Missionaria utilizará a Sheeana.—Muy peligroso.—Pone a la Hermandad en una posición expuesta.Creo que ellas siempre intentaron evitarlo.—Desde mi punto de vista, es absurdo.—¿Porque pretenden que controles a Sheeana?—¡Nadie puede controlarla! Quizá nadie deba hacerlo, nunca.—Alzó la vista hacia los com-ojos—.¡Hey, Bell! Tenéis a más de un tigre por la cola.Bellonda, de vuelta a los Archivos, se detuvo ante la puerta de Grabación Com-Ojos y lanzó una pregunta con la mirada a la Madre Observadora.—De nuevo en la ducha —dijo la Madre Observadora—.Empieza a hacerse aburrido, al cabo de un tiempo.—¡Participación Mística! —dijo Bellonda, y se dirigió a largas zancadas a sus aposentos, su mente irritada por las cambiadas percepciones que necesitaban reorganizarse.¡Es mejor Mentat que yo!¡Estoy celosa de Sheeana, maldita sea! ¡Y él lo sabe!¡Participación Mística! La orgía como elemento energizador.El conocimiento sexual de las Honoradas Matres estaba teniendo sobre la Bene Gesserit un efecto parecido a aquella primitiva inmersión en el éxtasis compartido.Damos un paso hacia él y otro paso alejándonos.¡Solo saber que esta cosa existe! Repelente, peligroso… y sin embargo magnético [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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