[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Quiero decir.¿No opinará usted lo mismo? —preguntó mirándole a la cara.Él negó con la cabeza.—A Siobhan le gusta hacer de abogado del diablo —dijo sentándose a su lado.Caro meneó resueltamente la cabeza.—No, no.Estaba de verdad convencida de lo que decía.Ella ve «cosas buenas» en Whitemire —añadió mirándole para sondear su reacción a aquellas palabras, que él supuso eran transcripción de las de Siobhan.—Porque ella ha estado varias veces en Banehall y ha visto que allí no hay trabajo —insistió Rebus.—¿Y eso justifica ese centro horroroso?Rebus negó con la cabeza.—No creo que haya nada que justifique Whitemire —dijo en voz queda.Ella le cogió las manos y las apretó entre las suyas, y Rebus creyó ver que sus ojos se humedecían.Permanecieron sentados en silencio unos minutos; por su lado pasaban grupos de juerguistas que a veces los miraban sin decir nada.Rebus pensó en otros tiempos, cuando él también tenía unos ideales, perdidos con el ingreso en el ejército a los dieciséis años.Bueno, no los perdió exactamente, sino que los sustituyó por otros valores, menos concretos, menos apasionados.Ahora ya se había hecho a la idea y ante alguien como Mo Dirwan, su primera reacción era desenmascarar al falsario, al hipócrita, al codicioso.Y ante alguien como Caro Quinn.En principio la había catalogado como el estereotipo de esa mala conciencia inútil de los miembros de la clase media.Aquella fácil preocupación liberal, mucho más llevadera que la realidad; pero era necesario algo más para que una persona hiciera acto de presencia frente a Whitemire un día tras otro, exponiéndose al desdén del personal del centro y sin esperar agradecimiento por parte de los detenidos.Hacía falta tener agallas.Ahora comprendía el precio que implicaba.Ella había vuelto a apoyar la cabeza en su hombro, mirando la casa de la acera de enfrente: una barbería con el cilindro a rayas rojas y blancas, como símbolo de la sangre y de las vendas, pensó él, sin recordar su origen.Se oyó ruido de motor y les bañó la luz de unos faros.—El taxi —dijo Rebus, ayudándola a levantarse.—La verdad es que no recuerdo haberlo pedido —dijo ella.—Porque no lo pidió —replicó él sonriente, abriéndole la portezuela.∗ ∗ ∗Ella le dijo que «un café» era sólo eso; nada de eufemismos.Rebus asintió con la cabeza con el único deseo de acompañarla a su casa, pensando ya que él volvería a la suya a pie para despejarse un poco.La puerta del cuarto de Ayisha estaba cerrada, pasaron de puntillas por delante al cuarto de estar y, mientras Caro entraba en la cocina para llenar el hervidor, él echó un vistazo a los discos.No tenía compactos, pero había álbumes que no veía hacía años: Steppenwolf, Santana, Mahavishnu Orchestra.Caro volvió con una tarjeta.—Estaba en la mesa —dijo tendiéndosela.Eran las gracias por el sonajero—.¿Le va bien descafeinado? Es lo que hay; o té de menta.—Descafeinado.Ella se preparó un té y el aroma invadió el pequeño cuarto.—Me gusta tomar un té por la noche —dijo mirando por la ventana—.A veces trabajo algunas horas.—Yo también.Ella le dirigió una sonrisa con ojos de sueño y se sentó en una silla frente a él soplando el té para enfriarlo.—No sé qué pensar de usted, John.Con la mayoría de la gente que conoces, al medio minuto sabes si está en tu misma longitud de onda.—¿Y yo en qué estoy, en FM o en onda media?—No lo sé.Hablaban en voz baja para no despertar a la madre y al niño, y Caro se llevó la mano a la boca reprimiendo un bostezo.—Tiene que irse a dormir —dijo Rebus.Ella asintió con la cabeza.—Cuando se termine ese café.Pero él negó con la cabeza, dejó la taza en el suelo y se puso en pie.—Es muy tarde.—Lamento que.—¿Qué?Ella se encogió de hombros.—Que su amiga Siobhan.Y en el Oxford, que es su bar.—Los dos tienen la piel dura —dijo él.—Debería haberle dejado hablar, pero estaba de mal humor.—¿Irá a Whitemire este fin de semana?Ella se encogió de hombros.—También depende del humor que tenga.—Bueno, si se aburre llámeme.Caro se puso en pie, se acercó a él, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla izquierda.Al apartarse, abrió mucho los ojos y se llevó la mano a la boca.—¿Qué ocurre? —preguntó Rebus.—¡Acabo de acordarme de que la cena la pagó usted!Él sonrió y se dirigió a la puerta.∗ ∗ ∗Regresó por Leith Walk comprobando el móvil por si Siobhan le había enviado algún mensaje.No.Era medianoche.Tardaría media hora en llegar a casa.Habría muchos borrachos en South Bridge y Clerk Street apretujados al calor de las lámparas de las tiendas de venta de pescado y patatas fritas, haciendo tal vez un alto antes de encaminarse por Cowgate hacia los bares que cerraban tarde.En South Bridge podías asomarte a la barandilla y ver Cowgate abajo como en la visita al zoológico, pues a aquella hora estaba prohibido el tráfico rodado por la cantidad de beodos que había en el suelo.Todavía encontraría abierto el Royal Oak, pero estaría atestado.No, iría directamente a casa y lo más aprisa posible para sudar la resaca del día siguiente.Pensó si Siobhan habría vuelto ya a su casa.Podía llamarla y aclarar las cosas; pero si estaba bebida.Sería preferible esperar a mañana.Todo estaría mejor por la mañana: las calles recién regadas, los contenedores vacíos y los vidrios rotos barridos.Sin toda aquella asquerosa energía de las horas nocturnas.Al cruzar Princes Street vio que había una pelea en el centro del North Bridge; los taxis aminoraban la marcha y esquivaban a dos jóvenes que forcejeaban agarrados mutuamente del cuello de la camisa por la que sólo asomaba su cabeza.No veía armas.Era un baile que Rebus conocía perfectamente.Siguió caminando y pasó al lado de la joven cuyo cariño se disputaban.—¡Marty! ¡Paul! —gritaba— [ Pobierz całość w formacie PDF ]
Powered by wordpress | Theme: simpletex | © Nie istnieje coś takiego jak doskonałość. Świat nie jest doskonały. I właśnie dlatego jest piękny.