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.Sus órdenes las habían recibido de las instancias más altas de la organización, del mismísimo Dedan Kimathi, el comandante supremo del Mau-mau.Los espías habían informado de que en casa de la memsaab Daktari, Grace Treverton, tenían un recién nacido blanco.Kimathi quería ese bebé, y lo quería vivo.Desde la Operación Yunque, que había perjudicado al Mau-mau hasta el extremo de que muchos guerrilleros veían ahora cortadas sus líneas de abastecimiento y pasaban hambre, estaban enfermos y vestían harapos, Kimathi había decidido poner en marcha la mayor campaña de reclutamiento llevada a cabo hasta la fecha.En ese momento sus hombres hacían incursiones en los hogares kikuyu, obligando a sus habitantes a prestar juramento.Era la única forma de incrementar los efectivos del ejército Mau-mau.Pero como había leales recalcitrantes, kikuyu que llevaban dos años resistiéndose al Mau-mau, Kimathi sabía que el juramento tenía que ser de un tipo especialmente potente y virulento.En la ceremonia no iban a utilizarse perros ni vírgenes, sino al hijo de una memsaab blanca.Una vez comida la carne tabú, ninguno de los obligados a prestar juramento podría desobedecer las órdenes de Kimathi.Cuando los dos hombres —el líder, llamado Leopardo, y su compañero, el que obligaba a prestar juramento— salieron por fin de la selva, encontraron un mundo bañado por la luz de la luna.Minúsculas shambas ocupaban las laderas cubiertas de hierba de las colinas paralelas al río; dedos de humo se elevaban de los tejados cónicos; la extensa Misión Grace, que parecía una ciudad pequeña, dormía detrás de ventanas y puertas cerradas con llave.Los dos Mau-mau vieron soldados que hacían sus rondas en silencio.Uno de ellos, el que se encargaba de hacer prestar juramento, señaló a su compañero la casa grande que se alzaba en el centro de un jardín con árboles, donde vivía la memsaab Daktari.Dijo que el bebé estaba allí, en la habitación que quedaba enfrente del sicómoro gigante.Y aseguró a su compañero que la ventana no estaba cerrada con llave.Antes de bajar por el sendero que llegaba hasta el río, Leopardo se detuvo.Extendido ante él, misterioso y fantasmagórico bajo la luz de la luna, se encontraba el rectángulo olvidado del campo de polo con tres chozas kikuyu en el extremo sur.Sus ojos se desplazaron hacia el risco que quedaba enfrente, donde, iluminada también por la luz de la luna llena, había una magnífica casa de dos plantas que parecía una joya sobre terciopelo verdinegro.La casa estaba a oscuras.Pensó en su habitante, dormida en la oscuridad, y recordó la cama en que dormía.Y durante unos segundos el dolor se apoderó de él.Pero todo —el río tranquilo, las tres chozas, la casa de la colina— se había ido para siempre.Mona dormía agitadamente, acosada por sueños desagradables, y despertó más de una vez con el corazón disparado.Esta vez, al despertar, se quedó mirando fijamente el techo oscuro y escuchó el silencio que reinaba en la casa.En el cuarto del otro extremo del pasillo dormían la tía Grace y el tío James.Tim Hopkins había instalado un petate en la despensa contigua a la cocina.En esos tiempos del estado de excepción los colonos que se habían quedado en Kenia se arracimaban en busca de seguridad.Mona siguió escuchando la casa, el corazón latiéndole con fuerza.Le pareció oír un ruido.Pero la casa estaba cerrada a cal y canto; James y Mario se habían encargado de ello.Y había soldados a su alrededor.Levantó la cabeza de la almohada y miró la silueta de la camita a los pies del lecho.Su hija, la alegría de su vida, soñaba pacíficamente, sumida en su inocencia infantil.Y entonces una sombra bloqueó de pronto la luz de la luna que entraba por la ventana.Mona soltó un respingo y se incorporó.Tomó su pistola, saltó de la cama y encendió la luz.Soltó una exclamación.Dos Mau-mau harapientos, uno de ellos con barba y pelo largo, el otro con una cara conocida, de confianza, llenaron de repente la minúscula habitación.Mona alzó el arma y apuntó.Y entonces sus ojos se cruzaron con los del barbudo.—¿David? —susurró.El hombre la miró fijamente y en su rostro se pintó la confusión.Mona miró al otro hombre: Mario.Su rostro era el mismo, ¡pero sus ojos! Había en ellos una expresión de salvajismo que la llenó de terror.Y súbitamente se dio cuenta de lo que querían.Venían por la niña.—No —susurró Mona—.¡David, no hagas esto! ¡Es nuestra hija! ¡Es tu hija!David miró en la camita.Su cara parecía la de un hombre que acabase de despertar de un largo trance.Se veía desorientado, como si le sorprendiera verse allí.—¡David! —exclamó Mona.¡Tú nunca recibiste mis cartas!Con un movimiento repentino y rápido, Mario metió las manos en la camita y se apoderó de Mumbi.—¡No! —gritó Mona.Disparó la pistola y la bala hizo saltar astillas de la pared.Mario alzó su panga para arrojarlo contra Mona.David le sujetó el brazo, pero Mario lo apartó de un empujón y David chocó contra la pared con violencia, y quedó aturdido.La puerta del dormitorio se abrió bruscamente y James entró corriendo con un garrote en la mano.Intentó golpear a Mario.Pero el panga dio en el blanco antes.Sujetándose el cuello, James cayó de rodillas.Mona se abalanzó sobre Mario y trató de arrebatarle el bebé.Mario le quitó la pistola e hizo fuego, pero erró el tiro.David volvió a levantarse y se puso a forcejear con Mario.La niña cayó al suelo, entre los pies de los dos hombres.Mona intentó gatear hasta ella.La pistola de Mario hizo fuego y David salió disparado hacia atrás, apretándose el pecho con las manos.Mona corrió hacia él y David cayó en sus brazos.Y entonces sonó otro disparo.Grace Treverton acababa de aparecer en el umbral, sujetando su pistola con las dos manos.Hizo un segundo disparo y Mario cayó muerto al suelo.* * *El doctor Nathan cerró silenciosamente la puerta del dormitorio de Grace y dijo:—Ahora dormirá.Le he administrado un sedante.—Sí —dijo Geoffrey.Estaba aturdido a causa de la conmoción.Había llegado a la mayor velocidad posible desde Kilima Simba al recibir la llamada telefónica, pero su padre había muerto minutos antes a causa de la herida de panga.Tim Hopkins, que había llegado después de dispararse la última y fatal bala, salió ahora de su estupor y sus ojos recorrieron la cocina abarrotada.Estaba llena de soldados que interrogaban a kikuyu medio dormidos.El que obligaba a prestar juramentos era Mario, según descubrieron.Pero nadie parecía saber qué relación tenía David Mathenge con el Mau-mau.—¿Dónde está Mona? —preguntó Tim.—No lo sé ni me importa —ahora Geoffrey odiaba verdaderamente a Mona.Todo había ocurrido por su culpa.Se alegraba de que su amante negro hubiera muerto, como también había muerto el bebé mestizo de los dos.Geoffrey creía que era un castigo justo.—Perdone, señor —dijo uno de los soldados—.Si se refiere a la señorita Treverton, salió de la casa hace un rato y subió por aquel sendero.Tim miró por la puerta abierta.El soldado señalaba hacia Bellatu.—¿Y la dejaste salir? ¡Idiota!Salió corriendo de la casa de Grace y empezó a subir la escalera de madera que llevaba al risco cubierto de hierba.Al llegar arriba, se detuvo y miró a su alrededor.La noche era clara, con luna llena y estrellas.Los cafetos marchitos y sin recolectar formaban miles de hileras bañadas por la luz de la luna que se extendían hasta un monte Kenia plateado y envuelto por las neblinas.Se volvió hacia la casa.Estaba oscura.Pero vio que la puerta de atrás se encontraba abierta.Entró y aguzó el oído.Se oían ruidos sobre su cabeza [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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