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.No he conocido a Yusupka, o quizá no lo recuerdo, perdóneme.Pero ese año, ese año y aquel patio.Porque sí, ese año y ese patio tienen que haber existido —¡Cómo volvía a vivir todo eso! Y las descargas de fusilería de entonces y, sí, ¿cómo decían que fue? ¡Ah, sí! «El aviso de Cristo».¡Qué intensidad, qué penetración tienen esas sensaciones de la infancia, las primeras!—.Perdóneme, perdóneme, ¿cómo se llama usted, subteniente? Sí, sí, ya me lo dijo.Gracias.¡No sabe cuánto se lo agradezco, Osip Himazeddínovich, cuánto le agradezco esos recuerdos y esos pensamientos que ha despertado en mí!Durante todo el día no la abandonó ese patio de su infancia.Hablando sola, o casi sola, no dejaba de lanzar exclamaciones de sorpresa.¡Aquel número 28 de la calle Briétskaia! Y de nuevo, ahora, las descargas de fusilería, pero esta vez mucho más terribles.Y en esta ocasión no eran los chicos los que disparaban.Los chicos se habían hecho mayores, y estaba allí, entre los soldados, todo ese pueblo sencillo de los mismos patios y las mismas localidades.¡Qué extraordinario! ¡Qué conmovedor!Golpeando el suelo con sus bastones y sus muletas, los inválidos y enfermos que podían caminar acudieron en tropel, gritando todos al unísono:—¡Grandes acontecimientos! ¡Se lucha en las calles de San Petersbugo! Las tropas de la guarnición se han pasado a los rebeldes.Es la revolución.VEL ADIÓS AL PASADO1El pueblo se llamaba Meliuziéev y se encontraba en la zona de las tierras negras.Como una nube de langostas planeaba sobre sus tejados el negro polvo que levantaban las tropas y los convoyes que lo atravesaban a marchas forzadas.Desde la mañana a la noche constituía un movimiento extendido en dos direcciones: del frente y hacia el frente, y realmente no podía decirse si la guerra continuaba o había terminado.Cada día crecían innumerables, como setas, las nuevas funciones.Todas se le confiaban al doctor Zhivago, al subteniente Galiullin, a la enfermera Antípova y a algunos otros miembros de su grupo, todos habitantes de grandes ciudades, personas hábiles y de gran experiencia.Ocupábanse de la administración municipal del pueblo, desempeñaban funciones de comisarios en el ejército y en el servicio sanitario y atendían a estos quehaceres como si se tratara de una diversión al aire libre, como si fuese un juego de bolos.Pero a medida que pasaba el tiempo sentían con mayor intensidad el deseo de dejar los bolos y volver a casa, a sus ocupaciones normales.Las obligaciones de su trabajo hacían que Zhivago y Antípova se encontrasen con frecuencia.2Con las lluvias, el polvo negro se transformó en una pasta oscura de color café, que cubría las calles del pueblo, casi todas sin pavimentar.El pueblo no era grande.Desde cualquier punto o cualquier esquina, podía contemplarse la sombría estepa, el cielo oscuro, la inmensidad de la guerra y la inmensidad de la revolución.Yuri Andriéevich escribía a su mujer:«El desorden y la anarquía continúan señoreando el ejército.Se toman medidas para mejorar la disciplina de los soldados y levantar su moral.He visitado las unidades situadas en la región.»En fin, a modo de posdata, aunque debí habértelo escrito antes, te diré que trabajo aquí hombro con hombro con una tal Antípova, una enfermera de Moscú, oriunda de los Urales.»¿Te acuerdas de la muchacha que disparó contra el procurador el día de la fiesta del árbol de Navidad, la terrible noche en que murió tu madre? Parece que después la procesaron.Creo recordar haberte dicho entonces que cuando estudiaba en el colegio, Misha y yo la habíamos visto en un hotel de tercer orden al que fuimos con tu padre, no recuerdo con qué intención, una noche que helaba a más y mejor.Creo que fue durante la insurrección de la Priesnia.Pues Antípova es ella.»Muchas veces he deseado volver a casa.Pero no es tan fácil.Lo que nos lo impide no es nuestro trabajo, pues podríamos encomendárselo a otros.La dificultad está en el viaje.Los trenes no funcionan.No circulan o cuando lo hacen pasan tan llenos que es imposible tomarlos.»Pero esto no puede durar eternamente.Así, algunos que han sido dados de alta y están libres de todo servicio, o han sido desmovilizados, como Galiullin, Antípova y yo, hemos decidido irnos sea como sea, a partir de la próxima semana, pero, para poder tomar más fácilmente el tren, en días distintos y por separado.»Puedo llegar cualquier día, inesperadamente.Pero de todos modos trataré de avisarte por telégrafo.»Pero, antes de partir, Yuri Andriéevich tuvo tiempo de recibir la respuesta de Antonina Alexándrovna.En su carta, en la cual los sollozos quebraban la armonía de los periodos, y servían de puntuación las huellas de las lágrimas y las manchas, Antonina Alexándrovna trataba de convencer a su marido de que no regresara a Moscú, sino que continuase su camino hacia los Urales junto con esa extraordinaria enfermera cuya vida parecía señalada por tantos presagios y coincidencias.La modesta vida de Tonia no resistía la comparación.«No te preocupes de Sáshenka ni de su porvenir —continuaba—.No tendrás que avergonzarte de él.Te prometo educarlo según las reglas que tú, de niño, viste en nuestra casa.»«Te has vuelto loca, Tonia —respondió inmediatamente Yuri Andriéevich—.¿Qué sospechas son ésas? ¿Acaso ignoras, o no sabes lo suficiente, que tú, tu pensamiento, la fidelidad hacia ti y nuestra familia me han salvado de la muerte, de mil clases de muerte, durante estos dos años de guerra terrible y destrucciones? Pero, no obstante, ¿de qué sirven las palabras? Nos veremos pronto, se reanudará la vida de antes y quedará todo explicado.»Pero por muchas razones me asusta que me hayas escrito de esta forma.Si te he dado motivo para una respuesta semejante, es porque me habré comportado realmente de una manera equívoca.De ser así, también soy culpable ante esa mujer que fue causa del error y ante la que deberé disculparme.Lo haré apenas haya vuelto de una inspección que está efectuando por los pueblos de los alrededores [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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