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.Acercándome, hallé un hombre alto y moreno, con un traje negro.Estaba apoyado en la puerta y tenía puesta la mano en el picaporte, como para abrir.«¿Quién será? —pensé—.No es la voz del señor Earnshaw.»—He pasado una hora esperando —me dijo—, quieto como un muerto.No me atrevía a entrar.¿Es que no me conoces? ¡No soy un extraño para ti!La luz de la luna iluminó sus facciones.Tenía las mejillas lívidas y negras patillas las adornaban.Sus cejas eran sombrías y sus ojos profundos, inconfundibles.Yo recordaba muy bien la expresión de aquellos ojos.—¡Oh! —exclamé, levantando las manos con sorpresa, y aún dudando de si debía considerarle como a un visitante corriente—.¿Es posible que sea usted?—Sí; soy Heathcliff —respondió dirigiendo la vista a las ventanas, en las que se reflejaba la luna, pero de las que no salía ninguna luz—.¿Están en casa? ¿Está Catalina? ¿No te satisface verme, Elena? No te asustes.Ea, dime si ella está aquí.Necesito hablar a tu señora.Anúnciale que una persona de Gimmerton desea visitarla.—No sé lo que le parecerá —dije—.Estoy asombrada.Esto le va a hacer perder la cabeza.Sí; usted es Heathcliff… ¡Pero qué cambiado está! Me parece imposible.¿Ha sido usted soldado?—¡Anda, anda! —me interrumpió impacientemente—.¡Estoy que no vivo!Entré; pero al llegar al salón donde estaban los señores me quedé parada sin saber qué decir.Al fin les pregunté, como pretexto, si querían que encendiese la luz, y, sin esperar su respuesta, abrí la puerta.Se hallaban junto a una ventana abierta desde la que se veían los árboles del jardín, las incultas frondas del parque, el valle de Gimmerton cubierto por la bruma… «Cumbres Borrascosas» se alzaba al fondo, sobre la neblina.El edificio no se veía, pues está construido en la otra ladera de la colina.El paisaje, la habitación y los que había en ella estaban sumidos en una portentosa paz.Me era muy violento dar el recado, y ya principiaba a iniciar la marcha sin transmitirlo, cuando un impulso de demencia me hizo volverme y anunciar:—Hay ahí una persona de Gimmerton que desea verla, señora.—¿Qué desea?—No se lo he preguntado —respondí.—Bueno.Corre las cortinas y trae el té.Enseguida vengo.Salió de la habitación y el señor me preguntó que quién había venido.—Una persona que la señora no esperaba —dije—.Heathcliff, ¿no se acuerda? Aquél que vivía en casa del señor Earnshaw.—¡Ah, el gitano, el mozo de labranza! ¿Cómo, pues, no le has dicho a Catalina quién era?—No le llame por esos nombres, señor —le rogué—, porque ella se enfadaría si le oyera.Cuando se fue, estuvo muy disgustada.Seguramente se alegrará de verle.El señor Linton se asomó a una ventana que daba al patio y gritó a su mujer.—Haz entrar a ese visitante.Oí rechinar el picaporte, y Catalina subió velozmente, sofocada, y con una excitación tal, que hasta borraba de su rostro toda señal de alegría.Viéndola, casi parecía por su exaltación que le había ocurrido una tremenda desgracia.—¡Eduardo, Eduardo! —exclamó, jadeante—.¡Eduardo, querido mío, Heathcliff ha vuelto!Y le abrazaba hasta casi ahogarle.—Bien, bien —repuso su esposo, un poco mohíno—.No creo que por eso hayas de estrangularme.No me parece que ese Heathcliff sea un tesoro tan valioso.¡No es como para volverse locos porque haya vuelto!—Recuerdo que no te simpatizaba mucho —contestó Catalina—.Pero habéis de ser amigos ahora, aunque sólo sea por mí.¿Le digo que pase?—¿Al salón?—¿Pues adónde va a ser? —contestó ella.Él algo molesto, indicó que el sitio oportuno hubiera sido la cocina.Catalina le miró, contrariada.—No —dijo—.No voy a estar yo en la cocina.Elena: trae dos mesas… Una para el señor y la señorita Isabel, que son nobles, y otra para Heathcliff y para mí, que somos plebeyos.¿Te parece bien, querido? ¿O prefieres que le reciba en otra parte? Si es así, dilo.Voy a buscar a nuestro visitante.¡Me parece mentira tanta felicidad!Iba a volver a salir, pero Eduardo la detuvo.—Hazle subir —me ordenó—, y tú, Catalina, alégrate, si quieres, pero no hagas absurdidades.No hay por qué dar el espectáculo de recibir a un criado huido como a un hermano.Bajé y encontré a Heathcliff esperando en el portal a que le mandaran subir.Me siguió en silencio, y le conduje a presencia de los amos, cuyas encendidas mejillas delataban la reciente discusión.La señora se ruborizó más aún, corrió hacia Heathcliff, le cogió las manos, e hizo que Linton y él se las estrechasen a regañadientes.A la luz de la lumbre y de las bujías, me asombró más aún la transformación de Heathcliff.Se había convertido en un hombre, alto, atlético y bien constituido [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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