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.Las lanchas se acercaban despacio y sus hombres remaban con cuidado para no mojar los numerosos paquetes que llevaban a bordo.Poco después, entre los gritos del contramaestre, subió a bordo un teniente, seguido de un guardiamarina.Saludó a los oficiales, que respondieron al saludo, y avanzó con el sombrero bajo el brazo y con un paquete envuelto en un trozo de lona alquitranada en la mano izquierda.—Capitán Aubrey, señor, soy M'Mullen, el oficial al mando del Éclair, y he tenido el honor de que me encargaran entregarle personalmente órdenes de su excelencia.—Gracias, señor M'Mullen —dijo Jack, cogiendo el paquete oficial con la debida gravedad y estrechándole la mano.—Además, señor, tengo gran cantidad de cartas para la Surprise que llegaron en dos barcos, uno tras otro, justo después de que usted zarpara.—Estoy seguro de que todos los marineros se alegrarán mucho —dijo Jack—.Señor West, por favor, traiga el correo a bordo.Espero que desayune conmigo, teniente.—Con mucho gusto, señor —respondió M'Mullen, cuya cara redonda y roja, con una expresión grave hasta ese momento, resplandeció como el sol.—Además, señor West —dijo Jack—, estoy seguro de que los oficiales atenderán al guardiamarina y se ocuparán de que los tripulantes de la lancha coman lo que quieran.En la cabina, M'Mullen miró a su alrededor con mucha atención, y cuando le presentaron a Stephen le estrechó la mano muy fuerte y largamente.Luego, durante el desayuno, dijo:—Siempre he ansiado estar a bordo de la Surprise yconocer al cirujano, porque mi padre, John M'Mullen, ocupó ese puesto en 1799.—¿El año en que la rescató la Hermione?—Sí, señor, el mismo año.Me contó eso con todo lujo de detalles y me parece que es casi comparable a lo que pasó en Troya, donde tanto el lugar como su gente eran heroicos.—Señor M'Mullen, corríjame si me equivoco —dijo Stephen—, pero a mí no me parece que haya más heroísmo en la Ilíada porque, al fin y al cabo, los griegos dispusieron de diez años para llevar a buen puerto sus hazañas, mientras que los tripulantes de la Surprise, en 1799, tuvieron menos de diez horas.—Sería el último en contradecir al doctor Maturin —dijo M'Mullen—, no sólo porque comparto su sensata conclusión, sino porque mi padre siempre ha hablado de él con el mayor respeto.Me dijo, señor, que consideraba su libro Diseases of Seamen (Enfermedades de los marineros) la obra más brillante y clara que ha leído sobre ese tema.—Su padre me atribuye más mérito del que tengo —dijo Stephen—.¿Quiere que le sirva otra loncha de beicon, teniente, y un huevo con doble yema delicadamente frito?—Es usted muy amable, señor —replicó M'Mullen, acercando el plato.Luego, cuando lo dejó vacío, dijo a Jack:—Capitán Aubrey, señor, ¿podría pedirle un favor? Tengo el compromiso de hacer rumbo hacia el continente dentro de media hora y quisiera pasar esos minutos recorriendo la fragata con un guardiamarina.Me alegraría mucho poder ver las cofas, los lugares desde donde se combate y otros y también la enfermería, por mi padre.—Pero, ¿no se queda a comer? —preguntó Jack.—No, señor, y lo lamento muchísimo —dijo M'Mullen—.Nada me agradaría más, pero, desafortunadamente, estoy atado de manos.—Bueno —dijo Jack, llamando inmediatamente a Killick—: ¡Killick, Killick!—¡Pero si estoy justo detrás de su silla! —dijo Killick.—Entonces manda a buscar al señor Oakes —ordenó Jack, lanzándole una mirada que significaba «Dile que no venga desarreglado, por hacer honor a la fragata».En el momento en que M'Mullen salió de la cabina con Oakes, Tom Pullings entró y dijo:—Señor, los oficiales y los marineros están ansiosos y me pidieron que le rogara que abriera las sacas de correo.—No están más ansiosos que yo, Tom —dijo Jack y subió rápidamente a la cubierta, donde había un sorprendente montón de cajas, cofres y bolsas.Comprobó con disgusto que la mayoría eran cofres atados con cuerdas que contenían documentos legales.Los apartó a un lado y cogió las inconfundibles sacas de correo.Rompió los sellos, vertió el contenido sobre la ancha taquilla situada junto a las ventanas de popa, se apresuró a buscar los sobres que tenían la bien conocida letra de Sophie y luego llamó al escribiente.—Señor Adams, hágame el favor de clasificar estas cartas.Las que sean para los marineros deben entregarse inmediatamente.Se llevó a la cabina-dormitorio el pequeño montón de cartas que eran suyas y el paquete oficial envuelto en lona alquitranada, que abrió primero por su gran sentido del deber.Contenía, como esperaba, cartas del Almirantazgo para Stephen Maturin, en tres grandes sobres, y además, una carta del gobernador, en la que seguramente mandaba felicitaciones.Las puso a un lado y cogió las cartas de su casa.Su querida Sophie había aprendido por fin a numerar los sobres para que él pudiera leer las cartas en orden [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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